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sábado, 1 de junio de 2013

Dan. ''Los niños grandes no lloran.'' Parte 3.

 Sus cabellos rojizos son inconfundibles, llameantes. Sería capaz de reconocerla en cualquier lugar. Y en cualquier momento. Como en aquel de hace tres años.

  ~Hace 3 años.~

 -¡Dan Lewis! ¡Vencedor de los décimo novenos juegos del hambre! - chilla el portavoz del distrito 4, aunque no le hago el menor caso, pues mis ojos ven, a lo lejos, el mar del distrito 4, que es brillante y azulado. Y no quiero que las palabras juegos del hambre se metan en mi cabeza. No quiero ni puedo escucharlas más veces.

 Creo que voy a darme de bruces contra el suelo en cualquier momento.

 <<Dan, tranquilo.>> No puedo tranquilizarme. Ellos tienen la culpa de todo. Ellos tienen la culpa de mi cambio, ellos tienen la culpa de la muerte de mis padres, ellos creen que esto de ir por los distritos, presentando al vencedor es halagador, cuando solo me da asco.

 Veo sangre en mis manos.

 Veo la sangre del distrito cuatro que murió por mi incendio. La mirada de sus familias:

 La chica se llamaba Amy, sus padres y una mujer que no puede ser otra que su abuela me miran serios.

 El chico era Matt, una madre reprochante dos hermanos entristecidos.

 La suerte no estuvo de mi parte a pesar de que todos digan eso. Porque el vencedor tiene que cargar con la muerte de los vencidos. Y no soy un vencedor, solo soy un chico de 13 años que está muy asustado. Y solo. Estoy solo.

 Y me caigo al suelo, solo viendo oscuridad.


 Abro los ojos.

 Una sala blanca y muy brillante, unas luces de un tono enfermizo. Una maquina pita, y unos cables a mi alrededor, que intento arrancarme desesperadamente.

 -¡Estate quieto! - chilla una voz aguda. Mi mirada se dirige hacia ella. Y se me cae el alma a los pies. La conozco. Lleva una coleta, pero eso no impide que su melena rojiza destaque sobre su uniforme verdiazul. Es la chica que vi antes, la hermana de Matt Dotteli.

 Mi estupidez habla en primer lugar.

 -¿No eres muy joven para ser enfermera?

 -Estoy cubriendo a mi madre en cuanto a ti respecta. Más que nada porque ella no puede ni mirarte a la cara.

 Yo asiento, sin sorprenderme demasiado.

 -¿Y tú por qué sí?

 -Porque mi hermano era un idiota. Por supuesto que le quería, pero nadie le puso una pistola en la cabeza para que se presentara voluntario. Además - añade - no eres nada del otro mundo. Ese incendio solo se propagó por suerte. Ganaste por accidente, Lewis.

 Aparto mi mirada y suspiro.

 -No hay suerte, pelirroja. Eso no existe. - digo convencido.

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