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miércoles, 29 de mayo de 2013

Capítulo 23.

 No puedo respirar.

 Ni pensar.

 Ni reaccionar.

 No puedo ni moverme.

 Ni nada.

 Solo sé que estoy sujeta de un árbol. ¿Por qué? ¿Por qué una cuerda tira de mis pies? ¿Por qué mi cabeza está a varios centímetros del suelo? No son centímetros. Son metros. Son kilómetros. No es un árbol, es un pájaro. Un pájaro agarra la cuerda y me lleva lejos. Vuela más alto, y más. Alejándome de mí. Alejándome de la vida.

 El pájaro gruñe y me suelta. Yo chillo mientras caigo y me preparo para la larga distancia que me separa de la tierra firme. No puedo tampoco corregir mi forma, pues sigo paralizada, cayendo de cabeza. Acercándome al suelo lentamente. No quiero morir.

 Y no muero.

 Un golpe en mi cabeza. Un golpe blando y frío. A la vez tan rápido... Luego, también mi cuerpo cede, cayendo así al suelo. Soy libre. El pájaro se ha ido... Yo también.


 -Skiley, despierta. Despierta. Hey. - abro los ojos después de que alguien sacuda mi brazo. Al principio me cuesta identificar al dueño de la voz. Luego me doy cuenta.

 -¿Joulley?

 -¿Qué te ha pasado? -pregunta él, ayudándome a incorporarme.

 Samantha me mira con el ceño fruncido. Mi aventurilla en busca de problemas no le ha gustado. ¿Cómo iba a hacerlo? Al menos ahora sé que están bien y que aquel cañonazo no era perteneciente a ninguno.

 Estoy helada. No sé cuanto tiempo he estado tirada en el suelo, pero sí el suficiente para que la nieve haya calado mis ropas y para que cualquier tributo hubiese podido encontrarme como una presa fácil. Sin ni siquiera haberme podido defender. Además, mi cuerpo está entumecido a causa del tiempo que he estado colgada de la rama. Mis manos van instintivamente al tobillo que me ha apretado la cuerda, que ahora está libre, aunque con una marca rojiza y rayada.

 -Gracias por librarme de la trampa. - comento tratando de levantarme. Sam me pasa un brazo por los hombros para ayudarme.

 -¿Qué trampa? - pregunta ella, extrañada.

 -En la que he caído, la cuerda. - les miro a ambos, confusa. - La que me tenía colgada del árbol.

 -Nosotros no hemos visto ninguna, Skiley.

 Frunzo las cejas sin saber qué decir y me encojo los hombros. O alguien me ha salvado la vida, o simplemente la trampa estaba mal hecha. Claro que no falta la opción de que los vigilantes me quieran un rato más con vida. Aunque, ¿por qué iban a hacerlo? Ellos también me odian por la sesión privada. Suspiro y camino con mis aliados hacia el refugio, que a estas alturas, es el único lugar dónde puedo sentirme como en casa.


 -¿Encendemos un fuego? - pregunta Samantha, tras haberme mostrado una especie de comadreja con la que han dado. Parece buena carne, lo que no hace más que aumentar mi hambre. Miro al cielo, si esperamos un rato más, será difícil visualizar el humo desde lejos. Pero... mi estómago gruñe, ruge y hace sonidos lastimeros que incluso llegan a marearme. Por lo que me veo obligada a asentir y a rezar para que no haya nadie rondando por aquí.

 -Podríamos comerla cruda. - sugiere Joulley.

 -Y así arriesgarnos a enfermar. - responde Sam en tono defensivo.

 Agito la cabeza y con un tono sereno digo:

 -La cocinaremos. Estoy muerta de hambre.

 Joulley pela el animal y lo trocea mientras yo preparo el fuego. No me cuesta demasiado dar con la madera apropiada para esto, pues muchas veces, en los bosques, necesitábamos luz para trabajar de noche. Apenas lo hice tres o cuatro veces, pero me quedé con la técnica. Presionar, rozar y soplar. Palo sobre tabla. También se puede hacer con una cuerda. Pero es prescindible. Presionar, rozar y soplar.

 Y tener paciencia.

 Al cabo de un rato consigo humo, luego una humareda. Y al fin una llama, que logro avivar. Pienso en la chica del distrito cinco, ella y su lanzallamas no tendrían ningún inconveniente. Suspiro y consigo crear una hoguera decente en unos veinte minutos. Luego, una vez cortada la carne, empezamos a asarla entre los tres.

 Nadie dice nada.

 Bueno, ¿de qué podemos hablar en los juegos del hambre? Hablar de casa es un tabú, del miedo que tenemos no sería apropiado para los patrocinadores. Pero aburrimos al capitolio, lo noto. Quieren ver mi desesperación. Mi anhelo hacia Dan. Y aunque tenga esa extrañeza en mi interior, no puedo mostrar mi debilidad. Pero sé que lo desean. Puedo oír sus voces. En sus casas a la hora de la cena. Una familia de capitoilenses, vestidos de forma extravagante mirando hacia la pantalla de su comedor mientras esta me refleja. Refleja mi pelo revuelto, mis ojeras y mis pómulos vacíos. Mi mirada asustada y mi lucha contra ello. Quiero no tener miedo. Quiero no echar de menos a nadie. Quiero no sentir nada. Pero está ahí presente. Y duele.

 El cielo oscurece mientras nosotros cenamos, sin más ruido que el de algún insecto extraviado o el de nuestras respiraciones. Luego suena el himno y refleja una sola persona. Es la chica del 6. El sello del capitolio se proyecta y todo vuelve a calmarse.

 -¿Haces tú la primera guardia, Joulley? - pregunto al pequeño. Él asiente. Muestro una forzada sonrisa de agradecimiento y me recuesto en las mantas junto a Samantha, que no es la misma. Y entiendo por qué no lo es. Sé lo que es perder a alguien, sé lo que duele. Sé que cuesta decir algo en estos momentos. Solo puedo susurrarle un buenas noches antes de quedarme dormida.


 Despierto de madrugada con un castañeo de dientes retumbando en mis oidos a la par que un viento frio que silva y retuerce todas las ramas que ve a su paso. ¿Quién tiembla? Soy yo. Y también mis aliados, que intentan abrazarse para mantener el calor. Los tres tiritamos de forma radical. Los vigilantes han empezado a jugar con las temperaturas, podemos estar seguros de ello.

 -Esperemos hasta que pase la tormenta - chilla Samantha, justo antes de que el vendaval arrase con las ramas que nos tapan y la nieve cale nuestras ropas. Agito la cabeza, tenemos que irnos.

 -Volvemos a la pradera. - Samantha discrepa.

 -¿Y de paso cruzarnos con los profesionales? no, gracias.

 -Si nos quedamos aquí moriremos congelados, y no es mi plan por ahora.

 -Pues lárgate, gana y vete con tu mentor. Cásate y ten diez mil hijos, yo me quedo aquí.

 -¿Creéis que es momento de discutir? - interviene Joulley alzando la voz. Nosotras dos nos miramos, un poco enfrentadas. Sigo sin caerla bien, y lo entiendo. Pero si somos aliadas, lo somos para todo. Bueno, hasta que eso se acabe, claro. Es Samantha la que gruñe y acepta a regañadientes que nos movamos.

 Pero hay un pequeño detalle que no recordaba. Si te mueves es porque los vigilantes quieren que te muevas, y si quieren moverte es para llevarte a una trampa o ante otros tributos.

 No llevamos ni dos horas caminando, lo justo para llegar al pie de las montañas que nos trajeron hacia aquí cuando sucede.

 Una alianza de dos está en nuestro camino.

 Y no hay tiempo, ellos empiezan a atacar. Uno de ellos tiene un arco como el de Sam, y parece saber como usarlo. La flecha vuela hacia Joulley, se clava en su hombro y él grita. Yo también. Yo grito de furia. Una furia desconocida.

 La siguiente flecha se dirige hacia mí. Pero logro esquivarla en el último momento. Cojo mi hacha del cinturón y la lanzo, dando en su cuello, que emana sangre continuamente. Sé que no va a sobrevivir a esta. Lo sé. Por otra parte, Samantha a logrado deshacerse del otro tributo.

 Dos cañonazos.

 Soy una asesina.

1 comentario:

Malena Prior Hawthorne dijo...

Te salvaste, que conste.
Creeme que seguire pendiente (a pesar que deberia estar estudianto matematicas jeje) ay esta Skiley orgullosa, cada vez me gusta mas y mas tu blog