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lunes, 18 de febrero de 2013

Capítulo 20.

 La lluvia cala mis ropas rápidamente, entra por la poca piel que llevo descubierta y me hiela. Pero no de forma fría como lo harían unas bajas temperaturas. Incluso dudo que sea la lluvia lo que me paraliza. La arena es una completa tormenta, de viento, rayos y gotones golpeandonos a cada uno de nosotros. No puedo ver gran cosa, pero estamos situados en un valle, rodeados de montañas y nada más que montañas, no se ve nada más. Ni una chispa de cielo, ni siquiera hay árboles, solo pradera y rocas. ¿Se han vuelto locos? ¡Moriremos todos el primer día de los juegos! Aunque quien sabe si es eso lo que quieren, los vigilantes son impredecibles.

 La cornucopia es de un dorado apagado, apenas brilla, solo haces de luz la recorren por cada rayo que quiebra el cielo negruzco. Tengo el tiempo justo para idear algo, en un minutos las minas de las plataformas se desactivaran y todos empezaran a correr. Y a matar. Intento localizar a Joulley, sin éxito. A mi izquierda está Samantha Clearwater, la que estuvo a punto de ser mi aliada, pero las cosas con Dan hicieron que eso no fuese posible. A mi derecha está el compañero de Dakota, el chico del distrito 8, llorando y sin dejar de mirar a la plataforma de al lado, que está vacía. A los vigilantes les gusta jugar con nuestros sentimientos. Y parece ser que les funciona, porque cuando apenas quedan 15 segundos para comenzar, su plataforma estalla en miles de trozos, llevándose media zona de tierra de por medio, tengo que apretar los dientes para no comer barro. Y la fuerza de las ondas está a punto de acerme caer, por suerte no lo hago. No hay tiempo de llorar por su pérdida, solo de mirar las armas. Las hachas. Están al lado de los tridentes. Y sé a quienes se les da bien los tridentes. Llevaba yo razón cuando decía que me harían pagar lo de los entrenamientos. Mi mirada se detiene en algo. Es una mochila, pero no una mochila cualquiera. Esta es alargada, podría contener un palo, o algo así. Y suena el gong.

 Me ha pillado de imprevisto, no me lo esperaba y el contador a llegado a cero. Corro y corro, pues supongo que soy rápida, como me dijo el monitor de lucha cuerpo a cuerpo, sin embargo, Alice está allí, riendose a carcajada limpia, tiene a Joulley arrinconado. No lo pienso ni un instante y me lanzo encima de ella, con ansia, furiosa. Me pega un puñetazo en el estómago que me hace vomitarle encima el desayuno. Sonreiría, pero me duele demasiado. Intento volver el tridente en su contra y clavárselo en la garganta, pero ella es fuerte.

 -¡Skiley! - oigo gritar a Joulley.

 -¡Vete! ¡Corre! ¡Coge las hachas y vete! - es lo único que respondo mientras forcejeo con la pelirroja, el niño tarda, pero acaba haciendome caso. Y alguien me coge en brazos y me zarandea en el aire. Es Jack, el chico del 1, que me cuelga en el aire desde el cuello. Noto la falta de aire. Me estoy mareando. Y Jack me escupe. Me escupe sangre y cae al suelo, con una flecha atravesando su cuello. Samantha apunta a Alice, pero esta esquiva el tiro y se avalanza sobre ella. Es Paul el que se pone de por medio. Y el tridente se hunde en su pecho fuertemente. Samantha grita. Alice sonrie. Una llamarada de fuego se cierne a unos treinta metros de distancia. Y ya sé lo que contenía la mochila alargada. La chica del 5 intenta protegerse de los profesionales que la rodean.

 -¡Alice! - oigo llamar a alguien.

 -¡Te necesitamos! - acompaña otra persona, que no puede ser otra que Bianca. Es extraño, jamás los profesionales se han ''necesitado'' en el baño de sangre. Ella vacila, nos mira con odio y corre. Samantha está tirada en el suelo junto al cadáver de Paul, llorando. Si no nos vamos de aquí pitando, nos matarán, podemos estar seguras de eso.

 -Venga.- comienzo a decir, pero me ignora y se abraza a él. - Samantha...

 -¡No quiero!

 -¡Sam! - actúo por instinto y le doy un pequeño tortazo para que me mire. - Tenemos que irnos. Tenemos que irnos ahora.

 Ella lloriquea, y acaba por levantarse y correr conmigo en la dirección en la que Joulley se fue, no sin antes coger la mochila que el chico del 5 llevaba colgada antes de morir desangrado. La tormenta no cesa, incluso parece aumentar por momentos. Nosotras no nos detenemos aunque nuestros pulmones ardan. Y además ella tiene mejor resistencia que yo.

 Cuando por fin dejamos la pradera, una enorme montaña se eleva ante nosotras. Enorme es poco. Gigante. Más que eso. Lo bueno es que la cuesta no es muy empinada y no corremos peligro de caer como si de un tobogan se tratase. De momento no hay tributos a la vista, solo oscuras sombras que parecen hormiguitas a lo lejos. Hormiguitas muertas. Y unas lenguas de fuego que parecen grandes bolas elevándose con el viento.

 Samantha y yo no hablamos en el viaje hasta la cima, aunque ya hayamos podido dejar de correr. No hay palabras posibles que poder emplear. Ni un ''lo siento'' de su parte ni un ''lo siento'' de la mía. Pero seguimos juntas. Con un objetivo común. Sobrevivir.

 El clima empieza a cesar, las nubes a calmarse. Ya no llueve. Sale el sol. Pero mi tranquilidad no se calma.

 Tengo que encontrar a Joulley.

jueves, 7 de febrero de 2013

Capítulo 19.

Me despierto de forma lenta, ardua. Mis párpados luchan por mantenerse cerrados y no volver a abrirse en mucho tiempo. Yo sé por qué. Porque hoy empiezan los vigésimo segundos juegos del hambre. Tengo entendido que empezarán a mediodía. Lo más recomendable es, que aunque tenga el estómago cerrado, me atiborre a comida.

 El calor entre mis brazos es lo primero que noto, pues estoy abrazada a él, cuyos ojos amoratados delatan una noche sin sueño.

 -Has dormido algo, Dan? - él sacude la cabeza de forma negativa.

 -Yo ya dormiré, lo importante ahora es que tú desayunes.

 -De un modo casi automático, se levanta y me levanto. Parece alterado, algo le pasa. Me pregunto qué será. El debe notar mi preocupación en el rostro, porque se me acerca y, atrapando mi cara entre sus manos, me besa dulce y cálidamente. Este beso es tan único como maravilloso. Me hace sonreír, me hace subir a las nubes.

  Al rato se detiene.

  -Vamos, pequeña. - caminamos hasta la puerta. Al salir, los demás están despiertos y desayunando un grandioso banquete.

-¡Es el día! ¡Es el día! - exclama Rossie emocionada, cosa que me altera un poco. Ella siempre tan vivaracha y cantarina.

 Joulley, está asustado, y come despacio, como si eso impidiese el rápido paso de las agujas del reloj. Los dos estilistas, desayunan de forma silenciosa. Apuesto a que no les sienta bien que los chicos que han convertido en símbolos reconocidos de Panem, tengan grandes posibilidades de morir en pocas horas. Dan y yo nos sentamos, ignorando a esa encantada e ilusionada Rossie, y comenzamos a desayunar silenciosamente.

  Yo lo intento, pero sólo dos panecillos con chocolate entran en mi estómago. No puedo más.

  Tengo un nudo en la garganta. Siento frío a la vez que calor. El vello erizado de mis brazos me delata. Cuando las 10:30 marca el reloj, bajamos a la planta baja del edificio. Allí nos despedimos de Rossie, que parece sorprendentemente, estar luchando contra las lágrimas. Me braza suavemente y hace lo mismo con Joulley. Luego nos desea suerte a los dos.

  Vamos hacia un campo a descubierto que tiene dos aerodeslizadores detenidos en el centro del todo, bajo el sol matutino. Algunos tributos van subiendo a estos, cabizbajos en la mayor parte. Orgullosos profesionales la minoría. Aquí es cuando toca despedirse de él. De Dan. Joulley le dice adiós con voz ronca y apagada. Yo no soy capaz de hablar. El pequeño camina a los aerodeslizadores apenado, comprende que queremos despedirnos. A solas.

 No hay palabras, estas sobran y se van con el triste suave viento del capitolio, que está ajetreado por los últimos momentos antes de que los tributos lleguen a la arena. Nos miramos. Sus ojos verdes brillan, humedecidos. No quiero verle llorar. Aunque supongo que mis ojos estarán igual, o peor. Él me abraza, sujeta mi cabeza con su mano y la pega contra su pecho mientras el viento alza mi pelo. Quiero llorar. Quiero hacerlo. Pero no puedo derrumbarme ahora. Sky se rompió ayer. No pudo más y lo hizo. Una mujer me mira desde la puerta, vestida con una bata blanca y me dice que me de prisa, de forma impaciente. Me separo de él. Ya tiene lágrimas en su mejilla.

 -Sky... - es lo último que le oigo decir. Porque le callo con un beso y cuando nos separamos, no le dejo hablar.

 -Dan, no te dejes romper tú, no lo hagas como yo ayer lo hice. No estaré aquí para recoger tus trozos.

 Quiere replicar, decirme que volveré, que lo prometí, pero sacudo la cabeza y rozo sus labios nuevamente.

 -Te quiero... - susurro antes de que unos brazos me rodeen y me ''arrastren'' literalmente al aerodeslizador. Le miro y él a mí. Se coge de los pelos, conteniendo su rabia y patalea una piedra que se escondía en el gran campo verde. Lo siguiente que veo es una pared gris y repleta de cables. La puerta del aerodeslizador se ha cerrado.

 Estoy sentada en un asiento, frente a mí hay un asiento vacío. ''Dakota'' - pienso para mis adentros. Me pregunto si lo habrán puesto ahí aposta. Jamás lo sabré. A mi lado derecho, Bianca se ríe burlona, y a mi izquierdo, Sebastian, compañero de Alice, le acompaña. No puedo ver quienes más están en mi pared, pues los pechos de Bianca lo tapan todo. No puedo evitar fruncir el ceño. La pared contraria la ocupan, Jolley, la inexistente presencia de Dakota, Selene del cinco, Jack, Alice, Samantha. En ese mismo orden. Lo que me lleva a pensar que los doce que faltan están en el segundo aerodeslizador. Suelto un suspiro. Y todo empieza a vibrar.

 El camino es largo. Diez minutos antes de parar, la chica que me trajo arrastras me coje el brazo y me inyecta algo por una gruesa aguja metálica.

 -Un localizador. - comenta seria, y va hacia Sebastian. Curiosa, me toco el brazo, notando el pequeño bulto que destaca. - No lo toques. - ella me clava la mirada. La mataré mentalmente. Al igual que Alice, Snow, Bianca, Sebastian... una larga lista. Una muy larga lista.

  Cuando el vehículo dejo de temblar, la puerta se abrió, aunque no había nada que no fuesen paredes y más paredes, un largo pasillo con un montón de puertas. Los corrales donde encerraban a los pollos antes de que les den matanza. Me metieron en la puerta número siete de la pared derecha. Joulley a la izquierda.

 Zafira.

 Corrí hasta ella y me rodeó con sus brazos. Me fije en una mesa, había cosas de comer y agua. Para el último momento. Me obligo a mí misma a comer un panecillo acompañado de un vaso de agua.

 -No sabría decir que os espera arriba. El traje por dentro es ancho y fino, para temperaturas cálidas, pero por fuera le acompaña un buen pelaje para temperaturas bastante bajas. Quizá jueguen con la temperatura. - se encoge de hombros y cuando termino de comer, me ayuda a colocarme, lo primero, Un traje de cuerpo entero, pero ligero y de manga corta de color negro, y unos pantalones largos y grises, con una chaqueta peluda por encima. Comienzo a tener calor, pues la temperatura de aquí abajo es normal dentro de lo que cabe.

 Las dos suspiramos a la par y ella me abraza una vez más. Este abrazo dura tanto como puede, hasta que una voz robótica lo dice: Un minuto.

 Me besa la frente. Cincuenta segundos.

 Me pasa el dedo pulgar por la mejilla, por donde una lágrima empezaba a resbalar. Cuarenta segundos.

 Respiro hondo y cierro los ojos. Ella me posa una mano en el hombro en gesto de aprovación. Treinta segundos.

 -Gana, ¿vale? - propone mientras que la voz pronuncia que quedan veinte segundos.

 -Lo intentaré.

 Diez.

 Camino hacia el tubo de cristal transparente, una pequeña base metálica que sé que si dejo de pisar en la cuenta atrás, me hará estallar en mil pedazos. Y entonces sí que Skiley se romperá del todo.

 Cinco.

 Y después todo es silencio. El tubo se cierra y empieza a ascender. Miro los ojos azules de Zafira por última vez y entonces, la lluvia de un día nublado cae sobre mí.