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sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 12.

''Gaby y Melanie, pues ese es el nombre de la chica del distrito 5, congenian bastante bien. Comparten el trabajo y sus provisiones y se cubren las espaldas el uno al otro, pero ambos saben que no podrán ser amigos eternamente. La última noche de los décimo octavos juegos del hambre, quedan cinco tributos en la arena, ellos dos y tres profesiones. Es entonces cuando el pánico se desata, los vigilantes deciden actuar y comenzar la parte más emocionante de todos los años: el final de todo. La victoria de una sola persona sobre los demás. Los mutos que envían matan violentamente a los tributos del distrito 2 y hieren de gravedad a Melanie. Gaby no puede evitar un par de lágrimas que ruedan por sus ensangrentadas mejillas. Ella le sonríe levemente y le acaricia la mejilla. 

 -Gaby... - susurra entre toses.  

 Mi hermano no le hace caso y tapona lo más fuerte que puede la gran abertura de su estómago, que no para de sangrar a borbotones. 

 -Gaby - le obliga a mirarla. - puedes volver a casa. Regresar con tu hermana y esa chica que te gusta. Puedes volver y hacer que me recuerden como soy y no en lo que los juegos me han convertido. - sus palabras son ciertas, en lo que llevan de duración estos, Melanie ha matado a tres personas. 

 Él asiente y se da por vencido. Abraza a Melanie con fuerza mientras ella se va, se muere poco a poco. Echala un último suspiro que queda perdido en el aire y suena el cañonazo. No pasan ni dos minutos, cuando los cabellos rubios del último obstáculo para regresar, se reflejan entre la maleza. ''

 Abro los ojos y, por un momento, había imaginado que nada de ésto había pasado, que yo estaba en casa, con Danae, trayéndome el desayuno a la cama debido a ser el día de mi cumpleaños. Luego iríamos al bosque, arriesgándonos ambas a un castigo y allí estaría mi hermano, tallando madera para regalarme una pequeña figura artesanal. Esa figurita, no la tengo ya, pues cuando enterraron el cuerpo de Gaby en el cementerio común del distrito 7, la metí en la caja con lo que quedaba de él. Era una detallada hacha, de un color marrón rojízo que siempre llevaba en los bolsillos y acariciaba su textura en los momentos difíciles. En éste instante me vendría bastante bien. Porque no estoy en mi hogar, estoy en el capitolio, a tres días de comenzar los vigésimo segundos juegos del hambre. 

 Suelto un leve bostezo y me estiro en la cama, no sé que hora será, pero estoy segura de que algo más tarde que ayer. Me incorporo con ligereza y doy un salto de la cama, lo primero que hago es ducharme e intentar ajustar bien el agua, debido a que aún no sé manejar los miles de botones que hay. Sin embargo, parece que lo consigo, y el agua cálida resbala sobre mi piel. Entonces me parece oír un grito. Apago el grifo para poder escuchar mejor y, en efecto, se oyen voces discutiendo en el salón. Frunzo el ceño y me envuelvo en una toalla. Me aproximo a la puerta, pero, en lugar de salir, apoyo mi oreja. 

 -Shh... - sisea a alguien, luego me doy cuenta de que es Rossie. - Los vas a despertar. 

 -¡Pues que se despierten! - grita Joulley enfurecido, me parece increíble ver a alguien tan angelical como es él, enfadado de ésta forma. - Son las doce de la mañana, todos están entrenando y porque ellos se hayan pasado la madrugada besuqueándose no son más para despertarse después,

 La situación se me clava dentro y me hace caer al suelo. Me froto las sienes como hice ayer y sigo oyendo cómo grita, cómo nos acusa. Cómo... nos odia. 

 -¿Cómo sabes eso, pequeño? - pregunta Rossie algo disgustada, al parecer tampoco es de buena educación tener algo más que una relación profesional entre tributo y mentor. Mis propios pensamientos me desquician, ¡ni siquiera nos besamos! ¡no pasó nada!

 -Es lo que todos los tributos dicen... - baja el tono a un susurro lastimero. -Creo que el chico del uno los vio desde el balcón. 

 Profesionales. Seguramente dieron por hecho eso y no se quedaron a ver la escena completa. En cuanto Dan se aproximó a mí se metieron en el interior y se dirigieron a las plantas dos y cuatro con el cuento a todos. Cuándo quisieron asomarse para asegurarse, nosotros ya estábamos dentro, Dan riéndose y yo curándole. Por lo tanto, efectivamente creyeron cualquier cosa y se lo han dicho a todo el mundo, a sus mentores, esos mentores a otro mentores y esos otros a sus propios tributos. Todo el edificio cree eso. Todo el edificio.

 Me quedó ahí tirada en el suelo, luchando contra el llanto mientras unos pasos y una voz más clara hace presencia. 

 -A ver, a ver... todo eso tiene una explicación. - dice Dan mientras camina. 

 -¡Pues no quiero oírla! - chilla Joulley y corretea. Oigo cómo pica al ascensor y éste abre y luego cierra sus puertas. Dan suspira y se dirige a Rossie. - Es cierto, yo la intenté besar, pero no pasó nada. De hecho, ella se resistió y dijo que no sería justo, que parecería hecho aposta para triunfar con los patrocinadores. - miente bien, he de reconocerlo. Porque en realidad yo no lo hice por eso, yo lo hice por el mismo Dan. Me pone enferma y nerviosa, pero a la vez, tengo una sensación extraña cuando no estoy cerca de él. 

 Me levanto. Las cosas van de mal a peor. Me pongo el traje de los entrenamientos y me seco el pelo con un botón que le da una sacudida eléctrica y lo deja desenredado por completo. Me lo recojo en una coleta alta y salgo de la habitación. Ambos me miran. Dan con una mirada que no logro identificar, Rossie, completamente indignada. El ascensor se abre y da paso a Zafira y a la estilista de Joulley. Ambas nos acribillan a preguntas, lo que confirma, que ese rumor se ha extendido. 

 -Nada de eso es verdad. - aclaro y poso mi mirada en el reloj de la pared del fondo. 

 -Yo se lo explicaré, baja a entrenar, Skiley. - ofrece Dan en tono amable, tiene razón, porque aunque mis posibilidades de ganar bajen por momentos, debo emplear mi tiempo para aprender de superviviencia lo máximo posible. 

 Entro en el ascensor y pulso la planta del gimnasio. Cuando se abren las puertas, las miradas se clavan en mí como agujas. Los profesionales se ríen escandalósamente y observo cómo el descarado chico del 1, el que supuestamente nos vió, pone morritos en mi dirección. Joulley se da la vuelta enseguida y sigue practicando los nudos que está haciendo. El chico del seis me mira mal, los del doce, que eran mis supuestos aliados hacen algo similar y me dan las espaldas. Pillo el mensaje, la alianza se ha roto. La única que parece ignorarme por completo es la chica del 5, que hace hábilmente el recorrido de velocidad en un tiempo récord. Siento ganas de llorar, pero en lugar de eso, levanto la barbilla y me dirijo al puesto de camuflaje, en el que pasó yo sóla el resto de la mañana, ya que nadie quiere acercarse a mí. A la hora de la comida, me pasa un tanto de lo mismo y cómo en silencio. Veo que Joulley si sigue con el 12, espero que ellos le protejan de verdad, porque, aunque él me odie, yo no puedo evitar sentir compasión hacia él. La tarde también es lenta y ardua, y yo voy al puesto de comestibles para no caer el la tentación del dulce veneno que puede esconderse en cualquier lugar de la arena. Puedo observar que la chica del 8, llamada Dakota, Dakota Jhonson, se acerca a mi lado, sin importarle qué haya hecho o qué digan de mí. Debe rondar mi edad o poco más, es capaz de detectar todos los alimentos malos menos dos. Claro que 18 de 20 no está nada mal. También es buena con los nudos. Distrito 8, fábricas textiles. La pongo en la lista de gente que evitaré matar por el simple hecho de no hacerme el vacío. 

 Luego empieza el mal trago. No sé cómo lo hago, pero consigo el valor suficiente como para acercarme a Joulley, Samantha y Paul, que llevan todo el día en el simulador del mar. 

 -¿Podríamos hablar? - pregunto en un hilo de voz. La contestación que recibo es como un bofetón. 

 -Vete a besar a tu mentor y déjanos en paz. - dice Sam. 

 -Habla cuanto quieras, otra cosa es que te escuchemos. - prosigue Paul. 

 - No. - remata Joulley. Y, por alguna razón, esta frase es la que más me duele. 

 Humillada y rechazada, me alejo y me dirijo hacia el ascensor, completamente hundida. Sé que mañana son las sesiones privadas con los vigilantes y que, por lo tanto, debería aprovechar todo lo que pueda para entrenar, pero ¿para qué? Todos van a ir a por mí en los juegos. No voy a tener ninguna posibilidad para sobrevivir. 

 Todos me odian. 

 Claman mi muerte. 

 Quieren mi sangre. 

 Y soy consciente de ello.

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