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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 7.

 -¿Cómo te hiciste esto, querida? -me pregunta Verdiana, señalando la cicatriz de mi ceja izquierda.

 -¡Hay que quitarselo como sea! - exclama Caltazor. - ¡Tiene que estar perfecta para esta noche!

 Su comentario, por alguna extraña razón, me mosquea.

 -Me lo hizo mi padre. - respondo seca, en tono borde. Los tres sueltan un jadeo, cómo se nota que ellos no han tenido ninguna dificultad en su vida.

 Faltan tres horas exactamente para el desfile, y ellos siguen reteniéndome en la misma brillante y blanca habitación. Sólo me han permitido salir para comer, con una mascarilla verde en la cara que ha echo que Dan se mofase de mí. Tivara trabaja mis uñas mientras que el hombre azul me aplica un espeso potingue en la frente, que huele tan fuerte como escuece, la deja un buen rato sobre el feo recuerdo de ese día en casa y cuando lo quita, mi piel está suave y sin rastro de este.

 Esto no me gusta.Ni esto ni nada de este lugar. En realidad, solo Zafira. Desde que he llegado, lo único que he podido hacer es arrugar la nariz y notar como mi cuerpo se irritaba con cada sustancia que me aplicaban.

 Al rato, es mi estilista la que entra con algo cubierto por una tela negra.

 -¿Preparada? - me pregunta, yo asiento no muy convencida, ella quita la tela y deja a descubierto mi traje.

 Mis ojos se abren como platos al ver la maravilla que Zafira ha diseñado para mí. No es un vestido. Tampoco un traje. Es mucho más fuerte y rigido que cualquier tela. Es una armadura de madera. Parece ser de arce, aunque está modificada de tal forma que se adapta a mi cuerpo con facilidad y me permite moverme cómodamente. Me ayuda a ponérmela y me hace ponerme frente al espejo mientras cepilla mi pelo castaño. Me fijo mejor en lo que llevo puesto.

 La armadura es una sencilla coraza que se cierne a mi pecho y cintura y llega corta un poco por debajo de mis muslos, pero sin tocar la rodilla. Para no dejar mis piernas al descubierto, por debajo llego un traje negro completo, tanto mis piernas como mis brazos quedan cubiertos bajo la madera.

 -Pero, no olvides de dónde vienes, Sky.

 -Skiley, por favor. - la corrijo con amabilidad. Odio ese apodo. Significa cielo, y que Dan me llame cielo... es repugnante. Recordarle me provoca un escalofrío, pues me pregunto que bromita me gastará una vez nos veamos en el desfile, ya sea al subir, o al bajar del carruaje. Ella sigue hablando.

 -Skiley. - repite con una sonrisa amable en sus labios. Sus manos sujetan una corona de una planta aromática llamada laurel, no son muy comunes, pues nadie le da importancia a que la comida sepa bien, sólo a que se pueda comer para no morir de hambre. -¿Sabes la historia del laurel? O, bueno, ¿lo que significa? - niego con la cabeza. Ella prosigue. - Se dice que antes de Panem, bueno, de Panem y de lo que había antes de nuestro país. Millones de años. Un lugar de más allá de los mares, en Europa, un lugar llamado roma, estaba lleno de guerreros dispuestos a dar su vida luchando unos contra otros para ganarse el respeto de su emperador. El vencedor recibía una corona como esta. Por lo que llevas la victoria en la cabeza literalmente, pequeña. - me sonríe. Yo la devuelvo la sonrisa, pero no me convence. Pues si no gano, hecho bastante probable, quedaré como una estúpida muerta que no sabía lo que decía.

 Pasa un rato y deja el cepillo donde estaba.

 -Vas a triunfar.

 -Lo dudo.

 -Tienes que creer en ti, Skiley. Nada ni nadie podrá romperte esta noche. - romper, no podía haber dicho otra palabra para derrumbarme no. Sino el verbo romper, conjugado con Gaby, que a su vez es sinónimo de hace unos años...

 ''-Tranquila, pequeña, no dejaré que te rompan. - dijo él acariciando mi cabello mientras yo me tapaba los oídos y lloraba con todas mis fuerzas.

 -¡No quiero oír más! - sollocé, pero comparado con los gritos de mi padre hacia el vendedor de alcohol, se quedó en un simple susurro.

 <<¿Cómo que no hay más?>> gritaba; <<¿Qué coño ha pasado con el maldito alcohol?>> gritaba. El pobre vendedor se limitaba a explicar lo poco que sabía, que los agentes de la paz estaban vigilantes de que no se cometieran inprudencias como esa y él no podía recibir cargamento hasta que se bajara la guardia un poco.

 -Skiley. - dijo mi hermano. 

 Agité la cabeza. 

 -Skiley. repitió. -Mirame. - giré mi cabeza hasta cruzar con su mirada. -No te pasará nada, estoy aquí contigo. Aunque no estuvo tanto tiempo como me hubiese gustado.''

 Respiro hondo mientras caminamos a la entrada del centro de preparación, allí están preparados los carruajes y algunos tributos. Me fijo en ellos con miedo, algo que no dejo mostrar, pensando el que cualquiera de ellos podría atraparme y matarme en unos segundos.
 
 El distrito uno se sube a su carruaje, que se ponen en seguida en marcha. Me fijo en la chica, de rostro angelical y envidiable, yo parezco un soldado como el de la narración de Zafira. Ese distrito es responsable de fabricar articulos de lujo para el capitolio, supongo que por eso están cubiertos de purpurina dorada y ella lleva una tiara de diamantes mientras que él, un cinturón del mismo material. Distrito dos. Responsable de fabricar armas y alguna que otra maquinaria. Me dan escalofríos al ver como visten de auténticos guerreros con algo que solo pueden ser pistolas enormes colgadas de sus hombros, ¿serán de verdad?

 El distrito tres está asustado, pues veo que no saludan ni se relacionan como el público como los dos primeros. El cuatro también se encuentra en este rango extrovertido. Claro que sí, porque son los profesionales, los niños mimados del capitolio que ganan todos los años.

 Cinco y seis. Ambos callados, ambos sin saber que hacer. Como yo. Pues nuestro carruaje se pone en marcha y tengo miedo de caer. Por primera vez me fijo en el pequeño Joulley mientras los gritos de la gente llenan mis oídos. Su traje es fino y ligero, una gran hoja verde se ciñe a su bajito cuerpo. A él no le quieren ni pueden dar la fiereza, por lo que realzan su punto fuerte, su adorabilidad. Eso quizá le consiga patrocinadores, pero no le sirve de nada cara a cara con los tributos. Sin embargo, por el momento, si no gano yo, quiero que lo haga él. Aparto la mirada y veo al público, que grita mi... ¡NO! ¡NO! ¡Gritan Sky y no Skiley! Y creo que ya sé quien les ha metido ese estúpido apodo en la cabeza. Miro mis pies tratando de ignorarles. Ese no es mi nombre.

 Si la calle grande y recta estaba llena de gente, el círculo de la ciudad está aún más lleno. Estamos frente a la mansión del presidente Snow. Levanto la mirada para observarle bien. Para hacerme una buena imagen mental y poder asesinarle a gusto en mi cabeza. Desde luego, espero que algún día, lo haga alguien realmente. Sus palabras suenan por la ciudad, yo las oigo, pero no las escucho. No sé cuanto tiempo estoy evitándole. Pero el carro vuelve a moverse y casi me caigo, pues no me lo esperaba.

 Entramos y Dan viene directo.

 -Una actuación genial, Sky. Parecías tan madura ahí arriba...- comenta juguetón.

 -Vete a la mierda.

 -Oh, yo también te quiero. - sonríe con descaro y yo me lleno de rabia. - Buen trabajo, chaval. - dice a Joulley, con el que choca los cinco.

 Caminamos por el edificio mientras mentor y tributo masculino ríen y yo me quedo atrás. Completamente seria. Nos adentramos en el ascensor, en el que la estilista de Joulley, una mujer de uñas largas y peliagudas pulsa el número siete, no sé como lo hace, pues con esas uñas... Las puertas se abren y entramos en el que será nuestro hogar hasta que nos encierren en un estadio para que nos matemos.

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