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jueves, 8 de noviembre de 2012

Capítulo 8.

 Si el tren era increíble y brillante, esto lo es aún más. Me entran escalofríos con solo ver el lugar en el que estamos. Todo tan grande y espacioso que me marea. A un lado, una mesa enorme con toda clase de comida, que me hace la boca agua inmediatamente, al otro un enorme sillón blanco frente a un televisor pegado a la pared de forma compacta.  Al fondo hay varias puertas que supongo que irán a nuestras habitaciones.

 -Ahora poneos cómodos para la cena, que será en media hora. - nos dice Rossie, aunque suena más como una orden.

 Caminamos lentamente atravesando la sala, nuestros pies hacen eco entre las paredes, pues la distancia es mucha. Abro la puerta que me indican que será mi cuarto. Y me adentro. Una gran cama blanda se sitúa en medio de la estancia, a su derecha hay un ventanal, a sus pies otro televisor. También me fijo en el baño abaldosado y azulado al que se llega por una pequeña puerta que hay a la izquierda. Suspiro y me quito la armadura, luego el traje. Abro el gran vestidor, completamente a rebosar de todo tipo de ropas. Suelto un bufido, todo es tan diferente... tan complicado. Hace unos días, vivía con cuatro prendas en un pobrucho orfanato. Hoy estoy en un capitolio en el que aprietas un botón y, como por arte de magia, aparece lo que desees. Me decanto por un camisón, ligero y fresco, claro que también cojo una bata, que me pondré por encima. Hoy pienso acostarme pronto e intentaré olvidarme de todo por unas horas. Entro en el cuarto de baño y dejo la ropa sobre la taza del váter. Es entonces cuando oigo los golpes y los gritos entre carcajadas de Dan.

 Dos golpes a la pared.

 -¡¿Cómo es la ropa interior del Capitolio?! - pregunta entre carcajadas. También oigo una risa cantarina, Joulley se ríe con él.

 Ignoro sus bromas y me meto en la ducha. Esta tiene tantos botones que no sé ni como encenderla, pruebo uno que me lanza un chorro de champú totalmente frío a la frente.

 -Agh. - me limpio con la mano y pruebo otro, que empieza a soltar agua, también congelada, desde arriba. Suelto un pequeño gritito, que hace que mentor y compañero vuelvan a reírse. <<A la tercera va la vencida.>> pienso suspirando. Doy a otro botón y el agua pasa a ser un poco más cálida. No me gusta, pero no es del todo incómodo, por lo que termino adaptándome a esta temperatura, que me recuerda a las lluvias de primavera de casa.

 Cuando salgo, me envuelvo en una toalla y pido algo de comida, un bol repleto de patatas fritas, en el orfanato no se pueden permitir estas comidas. En un par de minutos, la mujer florecida llama a la puerta.

 -¡Voy! - digo masticando.

 -¡No se habla con la boca llena! ¡Esos modales! - me gruñe disgustada. Esbozo una sonrisa mezquina, me gusta que esta mujer se enfade, es algo bastante divertido de ver. Me pongo la ropa rápido y me ato bien la bata. Salgo descalza. La acompañante vuelve a alterarse. Cree que esta no es forma de vestir para la cena con el equipo y todos nosotros. La miro desafiantes mientras pienso: <<¿No quieren que nos sintamos en casa? ¡Pues ya está!>> Pongo los pies encima de la mesa mientras un avox rubio me sirve la sopa de zanahoria. A Rossie sólo la falta ponerse a llorar.

 Tras mucho insistirme, los bajo y empiezo a comer. Está buenísima, no había probado nada igual, excluyendo el chocolate del tren. Decido repetir un segundo plato y lo saboreo hasta el final. De segundo, hay chuletas de ternera. En un momento de la cena nos ofrecen vino, lo rechazo inmediatamente, pidiendo que alejen eso de mí. Pero el olor del alcohol ha entrado rápido en mis pulmones.

 -Enseguida... vuelvo... - digo ocultando mis intenciones. Corro a la habitación, y seguidamente al baño. Levanto la taza del váter y vomito. Un par de lágrimas se escapan por el esfuerzo de mi garganta.

 -Yo también estoy un poco revuelto. - admite una voz detrás de mí. El niño me mira mientras sus rizos se agitan al acercarse un poco más. Me limpio la boca con un trozo de papel y tiro de la cadena.

 -¿Qué quieres? - quizá haya sonado un poco borde.

 -Te he visto mal, si puedo ayudarte... - niego con la cabeza en seguida y me acaricio el contorno de las ojeras con el dedo índice, que se lleva las lágrimas por medio.

 -Estoy bien. - miento y me lavo los dientes con una pasta que pica a horrores. -Diles a los demás que disfruten de la cena. Yo voy a dormir.

 -¿Tan pronto?

 -Tan pronto. - asiento y salgo junto a él del baño. Él camina a la puerta y me mira una vez más, parece que está a punto de decir algo, pero se marcha soltando un suspiro y cerrando la puerta tras de sí.

 Una hora.

 El equipo se ríe y charla tras terminar la cena.

 Dos horas.

 Acaban de repetir el desfile en la televisión. Yo no quiero verlo.

 Tres horas.

 Todo se apaga, se van a dormir y yo sigo con los ojos abiertos.

 Cuatro.

 ¡Es imposible! ¡No puedo pegar ojo! El miedo a que mi alcohólico y difunto padre aparezca de nuevo en mis sueños me lo impide. Doy vueltas en la cama, intentando encontrar una postura cómoda, pero no sirve de nada. Al final, resignada, me pongo en pie y salgo de la habitación. En el gran salón no hay nadie, por lo que me acerco al balcón desde el que se ve toda la ciudad. No veía cuán equivocada estaba al verle allí. Soltando nubes de vaho al ambiente frío de la madrugada. Estoy a punto de irme, pero gira la cabeza hacia mí y esboza una sonrisa de lado. Suspiro y me asomo al lado de él, pero sin tocarle. Unos minutos de silencio. Hasta que me canso.

 -¿No vas a decir nada de mi ropa interior? - pregunto en tono hosco.

 -¿Debería?

 -No.

 Vale, está muy raro, incluso para él.

 -¿Qué te pasa? - termino por decir, sin poder creer que me haya interesado un mínimo en sus sentimientos.

 -Es sólo... que no puedo dormir.

 -Yo tampoco. - admito. -Tengo miedo.

 -Yo lo tenía, Sky.

 -No me llamo Sky.

 -Lo sé. - sonríe travieso.

 -No debería ni haberte preguntado. - bufo y comienzo a marcharme, pero él me coge del brazo y me pone donde estaba.

-Me pasa que hace tres años yo estaba aquí, con tan sólo trece, en esta misma noche, temiendo a todo lo que me rodeaba. No creía en mí. No veía posibilidades de volver en ningún lado. Estaba tan asustado... Lo peor vino en los entrenamientos. Yo aún no había pasado por los bosques, pues faltaban meses para que empezase, y lo único que sabía hacer era distinguir maderas, algo que te resultaría útil si los juegos tratasen sobre crear incendios. - sonríe irónico, pues ambos sabemos cómo ganó los juegos. - Y bueno, lo empleé para intentar vencer, y parece que me fue bien. Moraleja de esta parte: Cree en ti. Aunque cuando volví a casa, me encontré lo que pasa cuando no juegas con sus reglas... Los encontré...

-No hace falta que lo digas.

 Él asiente serio.

-Moraleja de esta otra parte: Ellos llevan el control.

-Lo sé. - contesto.

-Bueno, Skiley, creo que voy a intentar dormir algo, deberías hacer lo mismo. - arqueo las cejas, y es que me ha llamado Skiley. Se va con sus andares hacia su habitación. Tras unos segundos, le imito. Y me meto en la cama.

 Esa noche, mis sueños son atrapados por incendios y padres muertos.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 7.

 -¿Cómo te hiciste esto, querida? -me pregunta Verdiana, señalando la cicatriz de mi ceja izquierda.

 -¡Hay que quitarselo como sea! - exclama Caltazor. - ¡Tiene que estar perfecta para esta noche!

 Su comentario, por alguna extraña razón, me mosquea.

 -Me lo hizo mi padre. - respondo seca, en tono borde. Los tres sueltan un jadeo, cómo se nota que ellos no han tenido ninguna dificultad en su vida.

 Faltan tres horas exactamente para el desfile, y ellos siguen reteniéndome en la misma brillante y blanca habitación. Sólo me han permitido salir para comer, con una mascarilla verde en la cara que ha echo que Dan se mofase de mí. Tivara trabaja mis uñas mientras que el hombre azul me aplica un espeso potingue en la frente, que huele tan fuerte como escuece, la deja un buen rato sobre el feo recuerdo de ese día en casa y cuando lo quita, mi piel está suave y sin rastro de este.

 Esto no me gusta.Ni esto ni nada de este lugar. En realidad, solo Zafira. Desde que he llegado, lo único que he podido hacer es arrugar la nariz y notar como mi cuerpo se irritaba con cada sustancia que me aplicaban.

 Al rato, es mi estilista la que entra con algo cubierto por una tela negra.

 -¿Preparada? - me pregunta, yo asiento no muy convencida, ella quita la tela y deja a descubierto mi traje.

 Mis ojos se abren como platos al ver la maravilla que Zafira ha diseñado para mí. No es un vestido. Tampoco un traje. Es mucho más fuerte y rigido que cualquier tela. Es una armadura de madera. Parece ser de arce, aunque está modificada de tal forma que se adapta a mi cuerpo con facilidad y me permite moverme cómodamente. Me ayuda a ponérmela y me hace ponerme frente al espejo mientras cepilla mi pelo castaño. Me fijo mejor en lo que llevo puesto.

 La armadura es una sencilla coraza que se cierne a mi pecho y cintura y llega corta un poco por debajo de mis muslos, pero sin tocar la rodilla. Para no dejar mis piernas al descubierto, por debajo llego un traje negro completo, tanto mis piernas como mis brazos quedan cubiertos bajo la madera.

 -Pero, no olvides de dónde vienes, Sky.

 -Skiley, por favor. - la corrijo con amabilidad. Odio ese apodo. Significa cielo, y que Dan me llame cielo... es repugnante. Recordarle me provoca un escalofrío, pues me pregunto que bromita me gastará una vez nos veamos en el desfile, ya sea al subir, o al bajar del carruaje. Ella sigue hablando.

 -Skiley. - repite con una sonrisa amable en sus labios. Sus manos sujetan una corona de una planta aromática llamada laurel, no son muy comunes, pues nadie le da importancia a que la comida sepa bien, sólo a que se pueda comer para no morir de hambre. -¿Sabes la historia del laurel? O, bueno, ¿lo que significa? - niego con la cabeza. Ella prosigue. - Se dice que antes de Panem, bueno, de Panem y de lo que había antes de nuestro país. Millones de años. Un lugar de más allá de los mares, en Europa, un lugar llamado roma, estaba lleno de guerreros dispuestos a dar su vida luchando unos contra otros para ganarse el respeto de su emperador. El vencedor recibía una corona como esta. Por lo que llevas la victoria en la cabeza literalmente, pequeña. - me sonríe. Yo la devuelvo la sonrisa, pero no me convence. Pues si no gano, hecho bastante probable, quedaré como una estúpida muerta que no sabía lo que decía.

 Pasa un rato y deja el cepillo donde estaba.

 -Vas a triunfar.

 -Lo dudo.

 -Tienes que creer en ti, Skiley. Nada ni nadie podrá romperte esta noche. - romper, no podía haber dicho otra palabra para derrumbarme no. Sino el verbo romper, conjugado con Gaby, que a su vez es sinónimo de hace unos años...

 ''-Tranquila, pequeña, no dejaré que te rompan. - dijo él acariciando mi cabello mientras yo me tapaba los oídos y lloraba con todas mis fuerzas.

 -¡No quiero oír más! - sollocé, pero comparado con los gritos de mi padre hacia el vendedor de alcohol, se quedó en un simple susurro.

 <<¿Cómo que no hay más?>> gritaba; <<¿Qué coño ha pasado con el maldito alcohol?>> gritaba. El pobre vendedor se limitaba a explicar lo poco que sabía, que los agentes de la paz estaban vigilantes de que no se cometieran inprudencias como esa y él no podía recibir cargamento hasta que se bajara la guardia un poco.

 -Skiley. - dijo mi hermano. 

 Agité la cabeza. 

 -Skiley. repitió. -Mirame. - giré mi cabeza hasta cruzar con su mirada. -No te pasará nada, estoy aquí contigo. Aunque no estuvo tanto tiempo como me hubiese gustado.''

 Respiro hondo mientras caminamos a la entrada del centro de preparación, allí están preparados los carruajes y algunos tributos. Me fijo en ellos con miedo, algo que no dejo mostrar, pensando el que cualquiera de ellos podría atraparme y matarme en unos segundos.
 
 El distrito uno se sube a su carruaje, que se ponen en seguida en marcha. Me fijo en la chica, de rostro angelical y envidiable, yo parezco un soldado como el de la narración de Zafira. Ese distrito es responsable de fabricar articulos de lujo para el capitolio, supongo que por eso están cubiertos de purpurina dorada y ella lleva una tiara de diamantes mientras que él, un cinturón del mismo material. Distrito dos. Responsable de fabricar armas y alguna que otra maquinaria. Me dan escalofríos al ver como visten de auténticos guerreros con algo que solo pueden ser pistolas enormes colgadas de sus hombros, ¿serán de verdad?

 El distrito tres está asustado, pues veo que no saludan ni se relacionan como el público como los dos primeros. El cuatro también se encuentra en este rango extrovertido. Claro que sí, porque son los profesionales, los niños mimados del capitolio que ganan todos los años.

 Cinco y seis. Ambos callados, ambos sin saber que hacer. Como yo. Pues nuestro carruaje se pone en marcha y tengo miedo de caer. Por primera vez me fijo en el pequeño Joulley mientras los gritos de la gente llenan mis oídos. Su traje es fino y ligero, una gran hoja verde se ciñe a su bajito cuerpo. A él no le quieren ni pueden dar la fiereza, por lo que realzan su punto fuerte, su adorabilidad. Eso quizá le consiga patrocinadores, pero no le sirve de nada cara a cara con los tributos. Sin embargo, por el momento, si no gano yo, quiero que lo haga él. Aparto la mirada y veo al público, que grita mi... ¡NO! ¡NO! ¡Gritan Sky y no Skiley! Y creo que ya sé quien les ha metido ese estúpido apodo en la cabeza. Miro mis pies tratando de ignorarles. Ese no es mi nombre.

 Si la calle grande y recta estaba llena de gente, el círculo de la ciudad está aún más lleno. Estamos frente a la mansión del presidente Snow. Levanto la mirada para observarle bien. Para hacerme una buena imagen mental y poder asesinarle a gusto en mi cabeza. Desde luego, espero que algún día, lo haga alguien realmente. Sus palabras suenan por la ciudad, yo las oigo, pero no las escucho. No sé cuanto tiempo estoy evitándole. Pero el carro vuelve a moverse y casi me caigo, pues no me lo esperaba.

 Entramos y Dan viene directo.

 -Una actuación genial, Sky. Parecías tan madura ahí arriba...- comenta juguetón.

 -Vete a la mierda.

 -Oh, yo también te quiero. - sonríe con descaro y yo me lleno de rabia. - Buen trabajo, chaval. - dice a Joulley, con el que choca los cinco.

 Caminamos por el edificio mientras mentor y tributo masculino ríen y yo me quedo atrás. Completamente seria. Nos adentramos en el ascensor, en el que la estilista de Joulley, una mujer de uñas largas y peliagudas pulsa el número siete, no sé como lo hace, pues con esas uñas... Las puertas se abren y entramos en el que será nuestro hogar hasta que nos encierren en un estadio para que nos matemos.