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domingo, 23 de diciembre de 2012

Dan. ''Los niños grandes no lloran.'' PARTE 1.

~Escena extra del capítulo 13. Narrada por Dan.~

 Doy una vuelta alrededor del sillón. Doy una vuelta alrededor de la mesa del comedor. Me dirijo a la cocina. Abro la gran nevera y seguidamente la cierro sin coger nada. Salgo de la cocina y me acerco a pasos vacilantes y tímidos a ese lugar al que, cada vez que me acerco, mi espalda se queja por el dolor que aún permanece ardiente. Dudo si asomarme o no. Y es que, fue aquí, donde las cosas se torcieron. Fue aquí donde el destino de Sky se escribió para mal. Porque me siento así. Siento que, de alguna manera, la he sentenciado a muerte.

 Acaricio el cristal, dejando mis huellas dactilares a causa del frío exterior y una buena nube de vaho por mi aliento. Lo limpio toscamente con la manga de mi camiseta. Agito la cabeza y dejo el lugar tranquilo, no quiero más problemas.

 Paso caminando por delante de las habitaciones. La mía. La de Rossie. La de Joulley. Y la de ella. La de Skiley. Me muerdo el labio inferior. Estoy seguro de que está despierta, pero también de que por nada volverá a venir a hablar conmigo de madrugada para coger el sueño. Ya no.

 Vacilante, poso mi mano sobre el picaporte y lo giro despacio. Abro muy poquito, tan sólo una diminuta raya por la que asomo mi mirada. Me sorprende ver cómo su figura, arropada por las mantas, respira muy lenta y tranquilamente. Quizá sí esté dormida, o sólo se lo esté haciendo para evitar hablar conmigo. Me da la espalda, pero puedo ver su pelo castaño en ondas sobre la almohada, la piel rosada de su brazo sacado tímidamente al exterior. Su figura es inconfundible, sobre todo para mis ojos.

 Porque para mí, es la cosa más bonita del planeta.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 12.

''Gaby y Melanie, pues ese es el nombre de la chica del distrito 5, congenian bastante bien. Comparten el trabajo y sus provisiones y se cubren las espaldas el uno al otro, pero ambos saben que no podrán ser amigos eternamente. La última noche de los décimo octavos juegos del hambre, quedan cinco tributos en la arena, ellos dos y tres profesiones. Es entonces cuando el pánico se desata, los vigilantes deciden actuar y comenzar la parte más emocionante de todos los años: el final de todo. La victoria de una sola persona sobre los demás. Los mutos que envían matan violentamente a los tributos del distrito 2 y hieren de gravedad a Melanie. Gaby no puede evitar un par de lágrimas que ruedan por sus ensangrentadas mejillas. Ella le sonríe levemente y le acaricia la mejilla. 

 -Gaby... - susurra entre toses.  

 Mi hermano no le hace caso y tapona lo más fuerte que puede la gran abertura de su estómago, que no para de sangrar a borbotones. 

 -Gaby - le obliga a mirarla. - puedes volver a casa. Regresar con tu hermana y esa chica que te gusta. Puedes volver y hacer que me recuerden como soy y no en lo que los juegos me han convertido. - sus palabras son ciertas, en lo que llevan de duración estos, Melanie ha matado a tres personas. 

 Él asiente y se da por vencido. Abraza a Melanie con fuerza mientras ella se va, se muere poco a poco. Echala un último suspiro que queda perdido en el aire y suena el cañonazo. No pasan ni dos minutos, cuando los cabellos rubios del último obstáculo para regresar, se reflejan entre la maleza. ''

 Abro los ojos y, por un momento, había imaginado que nada de ésto había pasado, que yo estaba en casa, con Danae, trayéndome el desayuno a la cama debido a ser el día de mi cumpleaños. Luego iríamos al bosque, arriesgándonos ambas a un castigo y allí estaría mi hermano, tallando madera para regalarme una pequeña figura artesanal. Esa figurita, no la tengo ya, pues cuando enterraron el cuerpo de Gaby en el cementerio común del distrito 7, la metí en la caja con lo que quedaba de él. Era una detallada hacha, de un color marrón rojízo que siempre llevaba en los bolsillos y acariciaba su textura en los momentos difíciles. En éste instante me vendría bastante bien. Porque no estoy en mi hogar, estoy en el capitolio, a tres días de comenzar los vigésimo segundos juegos del hambre. 

 Suelto un leve bostezo y me estiro en la cama, no sé que hora será, pero estoy segura de que algo más tarde que ayer. Me incorporo con ligereza y doy un salto de la cama, lo primero que hago es ducharme e intentar ajustar bien el agua, debido a que aún no sé manejar los miles de botones que hay. Sin embargo, parece que lo consigo, y el agua cálida resbala sobre mi piel. Entonces me parece oír un grito. Apago el grifo para poder escuchar mejor y, en efecto, se oyen voces discutiendo en el salón. Frunzo el ceño y me envuelvo en una toalla. Me aproximo a la puerta, pero, en lugar de salir, apoyo mi oreja. 

 -Shh... - sisea a alguien, luego me doy cuenta de que es Rossie. - Los vas a despertar. 

 -¡Pues que se despierten! - grita Joulley enfurecido, me parece increíble ver a alguien tan angelical como es él, enfadado de ésta forma. - Son las doce de la mañana, todos están entrenando y porque ellos se hayan pasado la madrugada besuqueándose no son más para despertarse después,

 La situación se me clava dentro y me hace caer al suelo. Me froto las sienes como hice ayer y sigo oyendo cómo grita, cómo nos acusa. Cómo... nos odia. 

 -¿Cómo sabes eso, pequeño? - pregunta Rossie algo disgustada, al parecer tampoco es de buena educación tener algo más que una relación profesional entre tributo y mentor. Mis propios pensamientos me desquician, ¡ni siquiera nos besamos! ¡no pasó nada!

 -Es lo que todos los tributos dicen... - baja el tono a un susurro lastimero. -Creo que el chico del uno los vio desde el balcón. 

 Profesionales. Seguramente dieron por hecho eso y no se quedaron a ver la escena completa. En cuanto Dan se aproximó a mí se metieron en el interior y se dirigieron a las plantas dos y cuatro con el cuento a todos. Cuándo quisieron asomarse para asegurarse, nosotros ya estábamos dentro, Dan riéndose y yo curándole. Por lo tanto, efectivamente creyeron cualquier cosa y se lo han dicho a todo el mundo, a sus mentores, esos mentores a otro mentores y esos otros a sus propios tributos. Todo el edificio cree eso. Todo el edificio.

 Me quedó ahí tirada en el suelo, luchando contra el llanto mientras unos pasos y una voz más clara hace presencia. 

 -A ver, a ver... todo eso tiene una explicación. - dice Dan mientras camina. 

 -¡Pues no quiero oírla! - chilla Joulley y corretea. Oigo cómo pica al ascensor y éste abre y luego cierra sus puertas. Dan suspira y se dirige a Rossie. - Es cierto, yo la intenté besar, pero no pasó nada. De hecho, ella se resistió y dijo que no sería justo, que parecería hecho aposta para triunfar con los patrocinadores. - miente bien, he de reconocerlo. Porque en realidad yo no lo hice por eso, yo lo hice por el mismo Dan. Me pone enferma y nerviosa, pero a la vez, tengo una sensación extraña cuando no estoy cerca de él. 

 Me levanto. Las cosas van de mal a peor. Me pongo el traje de los entrenamientos y me seco el pelo con un botón que le da una sacudida eléctrica y lo deja desenredado por completo. Me lo recojo en una coleta alta y salgo de la habitación. Ambos me miran. Dan con una mirada que no logro identificar, Rossie, completamente indignada. El ascensor se abre y da paso a Zafira y a la estilista de Joulley. Ambas nos acribillan a preguntas, lo que confirma, que ese rumor se ha extendido. 

 -Nada de eso es verdad. - aclaro y poso mi mirada en el reloj de la pared del fondo. 

 -Yo se lo explicaré, baja a entrenar, Skiley. - ofrece Dan en tono amable, tiene razón, porque aunque mis posibilidades de ganar bajen por momentos, debo emplear mi tiempo para aprender de superviviencia lo máximo posible. 

 Entro en el ascensor y pulso la planta del gimnasio. Cuando se abren las puertas, las miradas se clavan en mí como agujas. Los profesionales se ríen escandalósamente y observo cómo el descarado chico del 1, el que supuestamente nos vió, pone morritos en mi dirección. Joulley se da la vuelta enseguida y sigue practicando los nudos que está haciendo. El chico del seis me mira mal, los del doce, que eran mis supuestos aliados hacen algo similar y me dan las espaldas. Pillo el mensaje, la alianza se ha roto. La única que parece ignorarme por completo es la chica del 5, que hace hábilmente el recorrido de velocidad en un tiempo récord. Siento ganas de llorar, pero en lugar de eso, levanto la barbilla y me dirijo al puesto de camuflaje, en el que pasó yo sóla el resto de la mañana, ya que nadie quiere acercarse a mí. A la hora de la comida, me pasa un tanto de lo mismo y cómo en silencio. Veo que Joulley si sigue con el 12, espero que ellos le protejan de verdad, porque, aunque él me odie, yo no puedo evitar sentir compasión hacia él. La tarde también es lenta y ardua, y yo voy al puesto de comestibles para no caer el la tentación del dulce veneno que puede esconderse en cualquier lugar de la arena. Puedo observar que la chica del 8, llamada Dakota, Dakota Jhonson, se acerca a mi lado, sin importarle qué haya hecho o qué digan de mí. Debe rondar mi edad o poco más, es capaz de detectar todos los alimentos malos menos dos. Claro que 18 de 20 no está nada mal. También es buena con los nudos. Distrito 8, fábricas textiles. La pongo en la lista de gente que evitaré matar por el simple hecho de no hacerme el vacío. 

 Luego empieza el mal trago. No sé cómo lo hago, pero consigo el valor suficiente como para acercarme a Joulley, Samantha y Paul, que llevan todo el día en el simulador del mar. 

 -¿Podríamos hablar? - pregunto en un hilo de voz. La contestación que recibo es como un bofetón. 

 -Vete a besar a tu mentor y déjanos en paz. - dice Sam. 

 -Habla cuanto quieras, otra cosa es que te escuchemos. - prosigue Paul. 

 - No. - remata Joulley. Y, por alguna razón, esta frase es la que más me duele. 

 Humillada y rechazada, me alejo y me dirijo hacia el ascensor, completamente hundida. Sé que mañana son las sesiones privadas con los vigilantes y que, por lo tanto, debería aprovechar todo lo que pueda para entrenar, pero ¿para qué? Todos van a ir a por mí en los juegos. No voy a tener ninguna posibilidad para sobrevivir. 

 Todos me odian. 

 Claman mi muerte. 

 Quieren mi sangre. 

 Y soy consciente de ello.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Capítulo 11.

 Se pega a mi cuerpo como las sábanas temprano por la mañana. Incluso rodea mi cintura con sus brazos, observo que cierra los ojos y acerca su rostro al mío. No puedo evitar lo que sucede, mis brazos responden por sí solos y empujan su cuerpo con fuerza, empujándole al otro lado del balcón y haciendo que caiga. El corazón amenaza con salirse de mi pecho. Se agita con fuerza. Suelto un pequeño gritito mientras Dan voltea el balcón y se mantiene sujeto gracias a sus perfilados brazos. Puede caerse en cualquier momento. Me acerco y le tiendo la mano para ayudarle.

 -Lo siento, Dan. - el susto me saca las lágrimas de los ojos. - Yo... no quería hacerte daño. - puedo ver que su ceja sangra leve, pero notablemente y, cuando sube, veo que su espalda está rojiza y entumecida. Me llevo una mano a la cara mientras sollozo.

 -Eh, eh... - me abraza, y por alguna estúpida razón no me aparto. - Tranquila, estoy bien.

 Sorbo por la nariz y me seco la cara con las mangas de la camiseta..

 -Pero...

 -Shh... - me detiene, puedo notar, como su pecho se mueve, que su respiración es acelerada, y que su pulso está al mismo compás que el mío. Me acaricia la espalda, llevando su mano desde mi cabeza hasta mi cintura. Ese gesto me calma lo suficiente como para dejar de llorar.

 Nos quedamos un buen rato así, mientras mis pensamientos intentan deducir que ha pasado. Dan... ¿me quería besar? y yo le he empujado por un balcón. ¿Por qué lo he hecho? Está claro que no quería besarle... Sin embargo... Si le hubiese dejado hacerlo, ¿habría pasado algo? Retiro estas ideas de mi cabeza mientras él retoma la palabra.

 -Y, además, no me hubiese pasado nada. Todo el edificio está cubierto por un campo eléctrico para evitar... suicidios y esas cosas.

 -¿Alguna vez lo han intentado? - pregunto frunciendo el ceño.

 -No tengo ni idea, pero supongo que si no estuviese ahí esto no hubiese acabado tan bien quizá. -pone los ojos en blanco mientras yo hago una mueca. Una gota de sangre cae en mi brazo, tiñendo un poco este de rojo, lo que me recuerda sus heridas.

 -Te voy a curar, vamos.- digo en tono serio mientras le cojo de una mano y tiro de él hacia el interior. Dan se quita la camiseta y la arruga para ponérsela en la ceja dañada. Como ésta, es blanca, se mancha enseguida. La situación me provoca un doble nerviosismo.

 Primero, la brecha no deja de sangrar.

 Segundo, Dan está sin camiseta.

 Éste último pensamiento me provoca un escalofrío. Debo reconocer que es atractivo, lo mires por donde lo mires. Pero... han sido tantos años de bromas pesadas que ya no sé cómo debo de ver a este chico. Suelto un suspiro y agito la cabeza cuando él se ríe, consciente de que no aparto mi mirada de su torso. Me dirijo al  baño de mi habitación y me miro al espejo, me apetece darme un bofetón por lo que acabo de hacer. Aunque, en lugar de eso, busco el botiquín para heridas leves. Lo cojo y salgo rápidamente. Dan se ha sentado en el sofá. Dejo el botiquín junto a él y continúo mi paseo hacia la cocina. Donde me hago con dos cubitos de hielo que envuelvo en un trapo. Regreso con Dan y le doy el hielo.

 -Póntelo en la espalda. - me siento al lado de él y abro el botiquín. Tiritas, agua oxigenada, algodón, espadradapo, vendas, pastillas... Me muerdo el labio inferior, precisamente, hacer de enfermera, no una de mis cualidades. Humedezco un poco de algodón en el agua oxigenada y se lo acerco a la brecha con suavidad. Él suelta un siseo, pero no se queja mucho.

 -Bueno, Sky, ¿y cuál era la razón por la que querías matarme?

 -No te quería matar.-contesto en tono serio.

 -Pues casi lo haces. - ríe sin demasiadas ganas y continúa. - Siento haber hecho eso.

 -¿El qué? Lo de intentar besarme. No importa, ya estoy acostumbrada a tus gilipolleces.

 -Hey... Calma, fiera. - coge de mi barbilla y me obliga a mirarle a los ojos. A esos inconfundibles ojos verdes. Inconfundibles y malditos, pues hacen que quisiera cambiar lo ocurrido en el balcón, pero no lo que hubiese ocurrido si no le hubiese empujado. Él muerde su labio inferior, con una sonrisa. Yo le miro sin saber qué hacer. -No vayas a ponerte tan agresiva como Rossie, ella sí que tiene pintas de ir empujando a la gente por las ventanas.

 Ese chiste malo me produce un ataque de risa fuerte, Dan intenta calmarme, no es intención despertar a todo el equipo por esta tontería. Me calmo un poco y le pongo una tirita en la ceja mientras la sonrisa permanece ahí, constante.

 -Me gustas, Sky. - dice cuando ve que estoy por la labor de irme.

 Lo curioso es que no me sorprende demasiado. Suspiro y me acaricio las sienes, algo consternada.

 -¿No vas a decir nada? - pregunta.

 -¿Y qué debo decir?

 -Si... me correspondes.

 -Dan, no entiendo nada. No te entiendo a ti. Si te gustase hubieses sido distinto en un pasado, no te hubieses portado como un capullo durante todos estos años.

 -Pero soy un capullo. Nadie lo entiende mejor que tú.

 Asiento.

 -Lo eres y no, no te correspondo. - digo en tono hosco, intentando levantarme de nuevo. Él vuelve a sentarme.

 -Demuéstramelo. Mírame a los ojos y dime que no.

 Y otra vez me pierdo en su verde mirada. No es tan difícil hacerlo, son dos letras, una ''N'' y una ''O'', claro que mis labios se resbalan y me quedo en un titubeo indescifrable.

 -Me voy a la cama.

 -¡Te gusto, Sky! ¡No lo puedes negar! - exclama animado mientras me alejo. - Ten, para tu colección. -me lanza su camiseta ensangrentada.

 -Eres un capullo.

 -Lo sé.

 Me meto en la habitación y, antes de cerrar la puerta suelto:

 -Y si me llamas Sky otra vez, te vas a arrepentir, Dan - chillo para que pueda oírme, pero sin poder contener una sonrisa.

   Y es que es Dan Lewis, el cabrón encantador del distrito 7.

martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo 10.

 La comida en el gimnasio del primer día, transcurre lenta y sofocante. Los profesionales ya se han hecho ''amiguitos'' y marcan su territorio como perros salvajes. Arman mucho escándalo, e intentan meternos miedo a todos. Yo no tengo miedo, los odio demasiado como para tenerlo. Por lo que en mí implica, no hablo con nadie que no sea Joulley, aunque a mí se me acercan educadamente dos tributos. Son los del doce. La chica es la que toma la iniciativa, parece joven, aparenta unos quince años. El chico parece algo más mayor. Ella es rubia y delgada, de tez pálida. Él tiene otros rasgos diferentes, piel aceitunada y ojos grisáceos. Samantha y Paul, son sus nombres. Procuro ser amable aunque no sea mi punto fuerte y Joulley y yo pasamos el resto de la tarde con ellos. En cuanto dan las nueve en punto, nos echan del gimnasio, tenemos que tener sí o sí las mismas horas de entrenamiento para que sea justo para todos.

 Nuestro ascensor hace un viaje eterno. Primero a la planta 5, para dejar a una chica morena, que ha pasado los entrenamientos en el puesto de hogueras, sola. Me pregunto si tendrá un plan parecido al que usó Dan en sus juegos. Aunque lo dudo. Ahora los vigilantes tienen más cuidado con el territorio que crean. Luego en la planta 7, la nuestra. Nos despedimos del 12 sin mucha alegría. Ya que el tiempo no se detiene hasta nuestro rumbo a la muerte. Ahí nos espera nuestro equipo para la cena. Todo huele apetitosamente bien. Y me sorprende lo callado que está nuestro mentor. Claro que así mejor.

 Cenamos rápido, pero degustando los alimentos. Cuando acabamos, Rossie decide sacar tema de conversación.

 -¿Habéis pensado ya en el prototipo que usaréis en las entrevistas?

 -Eso es fácil. -contesta Dan, en tono vacilón. -Apostaremos por la ternura con Joulley y la ferocidad con Sky.

 Suspiro, es inútil quitarle el apodo de la cabeza. Entonces le interrumpo.

 -Espera... Espera... ¿Ferocidad? - digo en tono inseguro.

 Él asiente.

 -Yo no sé ser feroz.

 -Te sale sólo, encanto. - me guiña un ojo. Me pone enferma. - Además, con el vestido que te haga Zafira, matarás dos pájaros de un tiro, pues también estarás sensual.

 ¿Ha sido eso un piropo? Retiro esa idea de la cabeza. ¿Cómo va a decir Dan un piropo a mi persona?

 -Bueno, todo eso está bien - suelta la acompañante. -¿Y has empezado a hablar con los patrocinadores, Dan?

 -Sí, ésta mañana hablé con un hombre que apostaba por Sky - me mira con una sonrisa traviesa. - Creo que le gustas.

 Arqueo las cejas y suelto un bufido.

 -Eso también es genial. Yo también vi a una mujer embarazada que quería a Joulley. Dijo que estaba de seis meses y que quería que su hijo fuese tan ''mono'' como él.

 Suelto un bostezo. Mañana continúan los entrenamientos y creo que necesito un buen descanso. Sin embargo, cuando estoy en la cama, pueden pasar segundos, minutos y días sin que me calme y me quede dormida. Sé lo que necesito. Supongo que lo único que me relaja es algo que a la vez no soporto. Hablar con Dan. Creo que sé dónde está. Y no me equivocaba. Me asomo al balcón con él.

 -Hey, Skiley. - dice acercándose un poco.

 -Hey Dan. - repito en el mismo tono, pero alejándome la misma distancia.

 Ignora mi rechazo y se acerca de nuevo.

 -¿Cómo han ido los entrenamientos?

 -Bien... Han ido... Bien. - digo sin más. - Nos hemos aliado con los del 12. Y quiero a la chica del 5. - enseguida pone los ojos en blanco.

 -Sky... Sky... Los profesionales te quieren. - sonríe.

 -¿Cómo?

 -Que los profesionales te quieren de aliada.

 -¿Por qué? - pregunto como una idiota. Entonces recuerdo el coraje con el hacha y el maniquí de esta mañana. ¿Y sólo por eso me quieren?

 -Creo que les sorprendieron tus habilidades. Pero... hay un problema. -no hace falta, sé cuál es. - Sólo a ti. Joulley no entraría en el trato.

 -Pueden olvidarse entonces de mí. Es más, no pienso aliarme con ellos de ninguna de las maneras. - me interrumpe antes de acabar.

 -Escúchame. Quiero que regreses a casa y tus posibilidades se aumentarían si vas con ellos. - ''quiero'' ''él quiere'' que regrese. Agito la cabeza. Él suspira. - Eres tan cabezota... - avanza otro paso y yo me alejo, mi espalda coca con el extremo del balcón.

 -No pienso hacerlo, Dan.

 -Está bien, tú mandas. - suspira, echándome su aliento, con olor a menta en la cara.

 -¿Puedes alejarte un poco?

 -¿Acaso... te molesta? - sonríe travieso.

 -Sí, mucho.

 -Ay, Sky, Sky... - se acerca tanto a mí, sólo para joderme, que con unos cuantos milímetros podría besarme. Mis ojos se posan en los suyos, intentando averigüar que pretende, nunca... nunca me había fijado en él realmente. Sus ojos verdes son... ¿bonitos? quizá no sea el adejtivo apropiado, estos miran un poco más abajo. A mis labios. Frunzo el ceño. Y no me hago responsable del resto.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Anexo: Tributos y distritos.

Bueno, me apetecía desatar mi creatividad un poquito y me he entretenido, no solo con la escena extra de la entrada anterior, de la que no paro de fardar porque me encanta e.e También he creado a cada uno de los tributos un poquito, ya los tengo mentalmente construidos y en fin, no voy a deciros que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, porque hay personas a las que quiero agradecer su apoyo en todo momento y quizá tienen una pequeña mención o algo.

 Sin más demora, os presento a los tributos de los vigésimo segundos juegos del hambre:

 DISTRITO 1.
 Chico: Seth Lenon.
 Chica: Bianca Grey. -----> Completa indignación.

 DISTRITO 2.
 Chico: Jack Storm.
 Chica: Nelly Webber.

  DISTRITO 3.
 Chico: David Moore.
 Chica: Linda White.

  DISTRITO 4.
 Chico: Sebastian Reese.
 Chica: Alice Dotelli. -----> Rival.

   DISTRITO 5.
 Chico: Marc Pevensie.
 Chica: Selene Fire. -----> Alianza.

   DISTRITO 6.
 Chico: Cameron Fanning.
 Chica: Vanessa Lion.

  DISTRITO 7.
 Chico: Joulley Tiddle. -----> Más que aliado, amigo.
 Chica: Skiley Weir.

  DISTRITO 8.
 Chico: Peter Geist.
 Chica: Dakota Jhonson.

  DISTRITO 9.
 Chico: Scott Parksonn.
 Chica: Helen Helberg.

  DISTRITO 10.
 Chico: Mike Alvorld.
 Chica: Laurie Williams.

  DISTRITO 11.
 Chico: Lucas Kraulendford.
 Chica: Christie Capland.

  DISTRITO 12.
 Chico: Paul Mitchell. -----> Alianza.
 Chica: Samantha Clearwater. -----> Alianza.


 Los datos de rivalidad y de alianzas pueden cambiar, puesto que la historia no la tengo del todo desarrollada. Espero tener el capítulo 10 listo para esta semana, si no, os dejo que me peguéis :3

viernes, 7 de diciembre de 2012

Escena extra del capítulo 8.

~Narra Joulley.~


Pataleamos en la pared mientras Dan se ríe al escuchar un gritito que Skiley ha soltado, seguramente al intentar usar la ducha. Yo también suelto una pequeña carcajada.

 -Dan. - comienzo a decir cuando paramos.

 -¿Sí, pequeño? - me pregunta mientras se levanta de su cama y se quita la camiseta para cambiarla por una más cómoda, sencilla y de color negro.

 -¿Por qué te gusta tanto molestar a Skiley?

 Él suelta una carcajada y agita la cabeza sin borrar la sonrisa mirado a la pared que recién hemos dejado de golpear.

 -Porque es muy divertido. - me guiña un ojo.

 -No, en serio. - tendré doce años, pero no soy idiota, no me pueden engañar tan fácilmente como creen, no soy tan ingenuo.

 -Pues... Joulley, me gusta tomarla el pelo por la cara que pone cuando se lo tomo. Me gusta cuando grita y cuando se enfada conmigo. Me gusta cuando quiere darme un buen bofetón pero se contiene para no armar un escándalo. Me gusta preguntarla cada día de que color es su ropa interior para ver como se sonroja, y vacilarla para que me conteste mal. Me gusta esos días en los que la da por sonreír, por olvidarse un rato de su pasado. Me gusta... esa Skiley que odia que la llame Sky, porque significa cielo, y ella no quiere ser mi cielo. - pone los ojos en blanco y acaricia la pared. - Me gusta cómo se irrita, hacerla de rabiar y que me insulte. Que me llame idiota, imbécil y capullo. Me... - se detiene y me mira. - Ya he hablado demasiado. Vete a ponerte cómodo para la cena. - me aconseja devolviéndole a su rostro algo de seriedad.

 Asiento, y salgo de mi habitación. Cree que ha parado a tiempo, pero no lo ha hecho. A Dan le gusta Skiley, le encanta. Y yo soy un niño de doce años que va a morir en los vigésimo segundos juegos del hambre.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 9.

No sé a qué hora abro los ojos, pero sí que soy la primera en despertar y que el sol aún no ha salido sobre los brillantes edificios. Aunque quizá en casa sí que haya amanecido. Probablemente todos estén preparándose para un nuevo día, haciendo sus camas, aseándose. Los más madrugones desayunando. Danae estará en su cuarto, regando la maceta que tiene en la repisa de su ventana, o quizá la haya dejado empezar a marchitarse, quizá sus esperanzas de verme volver estén muriendo ya. Y lo peor de todo, es que quizá sea verdad.

 Me levanto de un salto y dejo todo como está para ir al baño y lavarme la cara. El agua fría me despeja. Cambio mi ropa por la que supuestamente llevarán todos los tributos en el entrenamiento. Me fijo bien, es elástica y firme. Se ciñe al cuerpo de forma cómoda, permitiéndo la máxima movilidad. En cuanto al tono, es gris oscuro, con unas líneas azules en las zonas curvadas de mi cuerpo. Suspiro y me calzo. Luego me hago una coleta alta y salgo. Me sorprende ver a Joulley zampando un trozo de bizcocho más grande que su cabeza. Me percato de sus ojeras y su estado tan apagado. Sé que tiene miedo, mucho miedo.

 -Buenos días, Skiley. - saluda educado.

 -Buenos días. - le contesto mientras me siento en frente de él. Luego miro los alimentos y escojo una magdalena que mojar en mi chocolate caliente. Esta bebida me calma, su sabor es embriagador y produce bienestar. -¿Qué hora es? - pregunto antes de llevarme un trozo a la boca.

 -Creo que las seis y media.

  Abro los ojos, pues sí que es pronto. Además, no bajaremos hasta las diez, lo que nos deja demasiado tiempo libre que no sé como rellenar para distraerme.

 -¿De qué color es hoy tu ropa interior, Sky? - sonríe Dan, haciendo su aparición en escena. Suelto un bufido, al parecer lo de ayer fue un momento de debilidad, pero sigue siendo el mismo de siempre. Y creo que nunca cambiará. -Mmm... Magdalenas. - dice cogiendo la que tengo en la mano.

 -¡Eh! - me quejo. - Coge del plato, idiota.

-Hey, hey, tranquila, no te desesperes, o te saldrán arrugas. - muestra una sonrisa autosuficiente.

Suelto un suspiro y cojo un panecillo mientras me levanto. Camino hacia mi habitación mientras oigo como Dan suelta un silbido de ligoteo.

 -Imbécil. - digo para mí misma mientras me meto en el cuarto y enciendo el televisor.

 Caesar habla con Claudius sobre cada uno de los tributos, intentando dar algunos detalles de sus vidas personales, eso es algo que interesa mucho a la gente del Capitolio, saberlo todo sobre las vidas de los demás. Me pone enferma. Puedo observar a la chica del distrito uno, creo que en cierto modo ya la odio, pues ese mismo puesto ocupaba la asesina de Evelynn. Dicen de ella que es bastante popular y que si gana, se dedicará a posar para todos esos cuentos raros de las revistas capitoilenses, las posibilidades giran bastante a su favor. El chico de su mismo distrito, parece una maquina de matar, lo que me intimida bastante.  Lo mismo puedo decir del distrito dos y del cuatro, todos ellos van con su seguridad por las nubes, al igual que su ego, no los soporto. El resto está tan asustado como yo, lo sé por cómo caminaban en las cosechas hacia el escenario, por cómo sus ojos brillaban de agonía al no confiar en sus posibilidades de volver a casa. Sobre Joulley dicen que no hay que juzgarle por su apariencia, que tiene tantas posibilidades como los demás, aunque a mí, personal y egoístamente, no me lo parece. Le aprecio, quiero que regrese si no lo hago yo, pero no creo que lo consiga, ni aunque nos aliásemos, no podría protegerle eternamente, tarde o temprano, uno, o los dos, moriríamos. Luego hablan de mí, de ''Sky'' , por ese nombre ridículo.

 -Yo pienso que esta chica está entre los favoritos, Caesar. - comienza a decir Claudius con su grave voz. - Hemos de recordarle a la audiencia que su hermano Gaby llegó a la fina en los decimonovenos juegos. - recuerda mientras siento una punzada en el pecho.

 Y entonces ponen unas imágenes, unas imágenes que hace años que no las veo. Un corto vídeo, treinta segundos para que son suficientes para que me eche a llorar. La muerte de mi hermano.

 ''Gaby se encoge en su rama sin apenas hacer ruido, o esperando no hacerlo, ya que corre más peligro que nunca, bueno, también están todos esos momentos con mi padre, pero aquí no sería igual. Aquí no podrían castigar a los profesionales por matarle, ya que de eso tratan los juegos. Pero, sin embargo, a pesar del miedo que recorre mi cuerpo y el suyo, los cinco chicos, cuatro profesionales y el chico del 5 al que parece que han permitido entrar en la alianza, pasan sin percatarse de su presencia. Mi hermano está a punto de salir por patas en cuanto se alejan un poco, pero algo le detiene, la chica del 5 se avalanza sobre él nada más tocar el suelo, impidiéndole coger nada ni poder defenderse, suelto un chillido y me llevo las manos a la cara, no quiero ver nada más. Pero... cuán equivocada estoy, cuando la menudita chica, le propone a mi hermano una alianza.''

 La agonía ha pasado, el reloj ya da las diez y el ascensor baja tan rápido que creo que noto tambaleo, pero no del propio ascensor, sino yo, que me estoy empezando a marear. Joulley se muerde las uñas mientras las puertas se abren, y le ordeno que deje de hacerlo, que no debe parecer asustado. Me hace caso y nos metemos en el gran gimnasio. Dan no exageraba al decir que habría de todo aquí, porque lo hay. Cuchillos, lanzas, arcos... hachas. Hay hasta algún simulador de distintos paisajes, cómo del mar, para aprender a adaptarse a lo que quiera que vayan a hacer este año en la arena, por supuesto, nadie lo sabe. Un hombre, que aparenta unos treinta años, comienza a hablar explicándonos algunas reglas y consejos que nos vendrán bien.

 -Nada de peleas, ya podréis mataros en la arena. Nada de llevarse las armas, obviamente deben quedarse en el gimnasio. Comeréis aquí a mediodía, la cena y el desayuno serán en vuestras plantas. Todos estáis deseando echar el guante a las armas, pero la mayoría moriréis por causas naturales: infección, deshidratación, congelación... hambre... - continúa hablando, pero yo no escucho, estoy ocupada fijándome en los profesionales, lo único que quieren es demostrar su poderío, tal y como los perros marcan su territorio.

 Marcus, que así se llama, termina de hablar y nos da pista libre para poder empezar. Me pregunto si debería ocultar mis habilidades ante los demás, pero sería una completa estupidez, pues al venir del distrito 7 siempre vamos a lo mismo, las hachas y la escalada. Y mi pequeño amigo, opta por esta última y se dirige a un gran árbol que han situado en lo que parece un simulador de un bosque. Sube sin mucho esfuerzo, se le da bien, bastante bien en realidad. Le sonrío leve y voy a las hachas, las examino curiosa, son ligeras y fáciles de manejar, su mango es suave, aunque metálico y frío, no como las de casa, que se adaptan a nuestra palma en seguida. La hoja es fina y afilada. Respiro hondo y fijo la atención en un maniquí. Concentro mi mirada y la fuerza de mi brazo. Estoy a punto de lanzar.

 -¡Cuidado, 7! - grita el chico del 2 detrás de mí, lo que me distrae y me hace fallar el objetivo y quedarme a un metro de darle, éste y los demás profesionales se ríen. - Ten cuidado, no vayas a acertar.

 Resoplo resignada y cojo una segunda hacha, con tal furia, que la lanzo al muñeco en el que el chico que me ha molestado, iba a practicar con los cuchillos, la fuerza hace que el maniquí se mueva y su cuchillo falle. Me mira con rabia, sé que estoy en su lista, pero le dedico una sonrisa y sigo a lo mío.

 Esto es genial, quería ganar los juegos y ya estoy la primera en la gente que deshacerse, muy bien, Skiley. Pero no me arrepiento de haberlo hecho, no me arrepiento de nada en realidad, porque aunque me ponga en peligro, aunque vaya a morir después, no puedo evitar odiar a aquellas personas que mataron a mi hermano.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Capítulo 8.

 Si el tren era increíble y brillante, esto lo es aún más. Me entran escalofríos con solo ver el lugar en el que estamos. Todo tan grande y espacioso que me marea. A un lado, una mesa enorme con toda clase de comida, que me hace la boca agua inmediatamente, al otro un enorme sillón blanco frente a un televisor pegado a la pared de forma compacta.  Al fondo hay varias puertas que supongo que irán a nuestras habitaciones.

 -Ahora poneos cómodos para la cena, que será en media hora. - nos dice Rossie, aunque suena más como una orden.

 Caminamos lentamente atravesando la sala, nuestros pies hacen eco entre las paredes, pues la distancia es mucha. Abro la puerta que me indican que será mi cuarto. Y me adentro. Una gran cama blanda se sitúa en medio de la estancia, a su derecha hay un ventanal, a sus pies otro televisor. También me fijo en el baño abaldosado y azulado al que se llega por una pequeña puerta que hay a la izquierda. Suspiro y me quito la armadura, luego el traje. Abro el gran vestidor, completamente a rebosar de todo tipo de ropas. Suelto un bufido, todo es tan diferente... tan complicado. Hace unos días, vivía con cuatro prendas en un pobrucho orfanato. Hoy estoy en un capitolio en el que aprietas un botón y, como por arte de magia, aparece lo que desees. Me decanto por un camisón, ligero y fresco, claro que también cojo una bata, que me pondré por encima. Hoy pienso acostarme pronto e intentaré olvidarme de todo por unas horas. Entro en el cuarto de baño y dejo la ropa sobre la taza del váter. Es entonces cuando oigo los golpes y los gritos entre carcajadas de Dan.

 Dos golpes a la pared.

 -¡¿Cómo es la ropa interior del Capitolio?! - pregunta entre carcajadas. También oigo una risa cantarina, Joulley se ríe con él.

 Ignoro sus bromas y me meto en la ducha. Esta tiene tantos botones que no sé ni como encenderla, pruebo uno que me lanza un chorro de champú totalmente frío a la frente.

 -Agh. - me limpio con la mano y pruebo otro, que empieza a soltar agua, también congelada, desde arriba. Suelto un pequeño gritito, que hace que mentor y compañero vuelvan a reírse. <<A la tercera va la vencida.>> pienso suspirando. Doy a otro botón y el agua pasa a ser un poco más cálida. No me gusta, pero no es del todo incómodo, por lo que termino adaptándome a esta temperatura, que me recuerda a las lluvias de primavera de casa.

 Cuando salgo, me envuelvo en una toalla y pido algo de comida, un bol repleto de patatas fritas, en el orfanato no se pueden permitir estas comidas. En un par de minutos, la mujer florecida llama a la puerta.

 -¡Voy! - digo masticando.

 -¡No se habla con la boca llena! ¡Esos modales! - me gruñe disgustada. Esbozo una sonrisa mezquina, me gusta que esta mujer se enfade, es algo bastante divertido de ver. Me pongo la ropa rápido y me ato bien la bata. Salgo descalza. La acompañante vuelve a alterarse. Cree que esta no es forma de vestir para la cena con el equipo y todos nosotros. La miro desafiantes mientras pienso: <<¿No quieren que nos sintamos en casa? ¡Pues ya está!>> Pongo los pies encima de la mesa mientras un avox rubio me sirve la sopa de zanahoria. A Rossie sólo la falta ponerse a llorar.

 Tras mucho insistirme, los bajo y empiezo a comer. Está buenísima, no había probado nada igual, excluyendo el chocolate del tren. Decido repetir un segundo plato y lo saboreo hasta el final. De segundo, hay chuletas de ternera. En un momento de la cena nos ofrecen vino, lo rechazo inmediatamente, pidiendo que alejen eso de mí. Pero el olor del alcohol ha entrado rápido en mis pulmones.

 -Enseguida... vuelvo... - digo ocultando mis intenciones. Corro a la habitación, y seguidamente al baño. Levanto la taza del váter y vomito. Un par de lágrimas se escapan por el esfuerzo de mi garganta.

 -Yo también estoy un poco revuelto. - admite una voz detrás de mí. El niño me mira mientras sus rizos se agitan al acercarse un poco más. Me limpio la boca con un trozo de papel y tiro de la cadena.

 -¿Qué quieres? - quizá haya sonado un poco borde.

 -Te he visto mal, si puedo ayudarte... - niego con la cabeza en seguida y me acaricio el contorno de las ojeras con el dedo índice, que se lleva las lágrimas por medio.

 -Estoy bien. - miento y me lavo los dientes con una pasta que pica a horrores. -Diles a los demás que disfruten de la cena. Yo voy a dormir.

 -¿Tan pronto?

 -Tan pronto. - asiento y salgo junto a él del baño. Él camina a la puerta y me mira una vez más, parece que está a punto de decir algo, pero se marcha soltando un suspiro y cerrando la puerta tras de sí.

 Una hora.

 El equipo se ríe y charla tras terminar la cena.

 Dos horas.

 Acaban de repetir el desfile en la televisión. Yo no quiero verlo.

 Tres horas.

 Todo se apaga, se van a dormir y yo sigo con los ojos abiertos.

 Cuatro.

 ¡Es imposible! ¡No puedo pegar ojo! El miedo a que mi alcohólico y difunto padre aparezca de nuevo en mis sueños me lo impide. Doy vueltas en la cama, intentando encontrar una postura cómoda, pero no sirve de nada. Al final, resignada, me pongo en pie y salgo de la habitación. En el gran salón no hay nadie, por lo que me acerco al balcón desde el que se ve toda la ciudad. No veía cuán equivocada estaba al verle allí. Soltando nubes de vaho al ambiente frío de la madrugada. Estoy a punto de irme, pero gira la cabeza hacia mí y esboza una sonrisa de lado. Suspiro y me asomo al lado de él, pero sin tocarle. Unos minutos de silencio. Hasta que me canso.

 -¿No vas a decir nada de mi ropa interior? - pregunto en tono hosco.

 -¿Debería?

 -No.

 Vale, está muy raro, incluso para él.

 -¿Qué te pasa? - termino por decir, sin poder creer que me haya interesado un mínimo en sus sentimientos.

 -Es sólo... que no puedo dormir.

 -Yo tampoco. - admito. -Tengo miedo.

 -Yo lo tenía, Sky.

 -No me llamo Sky.

 -Lo sé. - sonríe travieso.

 -No debería ni haberte preguntado. - bufo y comienzo a marcharme, pero él me coge del brazo y me pone donde estaba.

-Me pasa que hace tres años yo estaba aquí, con tan sólo trece, en esta misma noche, temiendo a todo lo que me rodeaba. No creía en mí. No veía posibilidades de volver en ningún lado. Estaba tan asustado... Lo peor vino en los entrenamientos. Yo aún no había pasado por los bosques, pues faltaban meses para que empezase, y lo único que sabía hacer era distinguir maderas, algo que te resultaría útil si los juegos tratasen sobre crear incendios. - sonríe irónico, pues ambos sabemos cómo ganó los juegos. - Y bueno, lo empleé para intentar vencer, y parece que me fue bien. Moraleja de esta parte: Cree en ti. Aunque cuando volví a casa, me encontré lo que pasa cuando no juegas con sus reglas... Los encontré...

-No hace falta que lo digas.

 Él asiente serio.

-Moraleja de esta otra parte: Ellos llevan el control.

-Lo sé. - contesto.

-Bueno, Skiley, creo que voy a intentar dormir algo, deberías hacer lo mismo. - arqueo las cejas, y es que me ha llamado Skiley. Se va con sus andares hacia su habitación. Tras unos segundos, le imito. Y me meto en la cama.

 Esa noche, mis sueños son atrapados por incendios y padres muertos.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 7.

 -¿Cómo te hiciste esto, querida? -me pregunta Verdiana, señalando la cicatriz de mi ceja izquierda.

 -¡Hay que quitarselo como sea! - exclama Caltazor. - ¡Tiene que estar perfecta para esta noche!

 Su comentario, por alguna extraña razón, me mosquea.

 -Me lo hizo mi padre. - respondo seca, en tono borde. Los tres sueltan un jadeo, cómo se nota que ellos no han tenido ninguna dificultad en su vida.

 Faltan tres horas exactamente para el desfile, y ellos siguen reteniéndome en la misma brillante y blanca habitación. Sólo me han permitido salir para comer, con una mascarilla verde en la cara que ha echo que Dan se mofase de mí. Tivara trabaja mis uñas mientras que el hombre azul me aplica un espeso potingue en la frente, que huele tan fuerte como escuece, la deja un buen rato sobre el feo recuerdo de ese día en casa y cuando lo quita, mi piel está suave y sin rastro de este.

 Esto no me gusta.Ni esto ni nada de este lugar. En realidad, solo Zafira. Desde que he llegado, lo único que he podido hacer es arrugar la nariz y notar como mi cuerpo se irritaba con cada sustancia que me aplicaban.

 Al rato, es mi estilista la que entra con algo cubierto por una tela negra.

 -¿Preparada? - me pregunta, yo asiento no muy convencida, ella quita la tela y deja a descubierto mi traje.

 Mis ojos se abren como platos al ver la maravilla que Zafira ha diseñado para mí. No es un vestido. Tampoco un traje. Es mucho más fuerte y rigido que cualquier tela. Es una armadura de madera. Parece ser de arce, aunque está modificada de tal forma que se adapta a mi cuerpo con facilidad y me permite moverme cómodamente. Me ayuda a ponérmela y me hace ponerme frente al espejo mientras cepilla mi pelo castaño. Me fijo mejor en lo que llevo puesto.

 La armadura es una sencilla coraza que se cierne a mi pecho y cintura y llega corta un poco por debajo de mis muslos, pero sin tocar la rodilla. Para no dejar mis piernas al descubierto, por debajo llego un traje negro completo, tanto mis piernas como mis brazos quedan cubiertos bajo la madera.

 -Pero, no olvides de dónde vienes, Sky.

 -Skiley, por favor. - la corrijo con amabilidad. Odio ese apodo. Significa cielo, y que Dan me llame cielo... es repugnante. Recordarle me provoca un escalofrío, pues me pregunto que bromita me gastará una vez nos veamos en el desfile, ya sea al subir, o al bajar del carruaje. Ella sigue hablando.

 -Skiley. - repite con una sonrisa amable en sus labios. Sus manos sujetan una corona de una planta aromática llamada laurel, no son muy comunes, pues nadie le da importancia a que la comida sepa bien, sólo a que se pueda comer para no morir de hambre. -¿Sabes la historia del laurel? O, bueno, ¿lo que significa? - niego con la cabeza. Ella prosigue. - Se dice que antes de Panem, bueno, de Panem y de lo que había antes de nuestro país. Millones de años. Un lugar de más allá de los mares, en Europa, un lugar llamado roma, estaba lleno de guerreros dispuestos a dar su vida luchando unos contra otros para ganarse el respeto de su emperador. El vencedor recibía una corona como esta. Por lo que llevas la victoria en la cabeza literalmente, pequeña. - me sonríe. Yo la devuelvo la sonrisa, pero no me convence. Pues si no gano, hecho bastante probable, quedaré como una estúpida muerta que no sabía lo que decía.

 Pasa un rato y deja el cepillo donde estaba.

 -Vas a triunfar.

 -Lo dudo.

 -Tienes que creer en ti, Skiley. Nada ni nadie podrá romperte esta noche. - romper, no podía haber dicho otra palabra para derrumbarme no. Sino el verbo romper, conjugado con Gaby, que a su vez es sinónimo de hace unos años...

 ''-Tranquila, pequeña, no dejaré que te rompan. - dijo él acariciando mi cabello mientras yo me tapaba los oídos y lloraba con todas mis fuerzas.

 -¡No quiero oír más! - sollocé, pero comparado con los gritos de mi padre hacia el vendedor de alcohol, se quedó en un simple susurro.

 <<¿Cómo que no hay más?>> gritaba; <<¿Qué coño ha pasado con el maldito alcohol?>> gritaba. El pobre vendedor se limitaba a explicar lo poco que sabía, que los agentes de la paz estaban vigilantes de que no se cometieran inprudencias como esa y él no podía recibir cargamento hasta que se bajara la guardia un poco.

 -Skiley. - dijo mi hermano. 

 Agité la cabeza. 

 -Skiley. repitió. -Mirame. - giré mi cabeza hasta cruzar con su mirada. -No te pasará nada, estoy aquí contigo. Aunque no estuvo tanto tiempo como me hubiese gustado.''

 Respiro hondo mientras caminamos a la entrada del centro de preparación, allí están preparados los carruajes y algunos tributos. Me fijo en ellos con miedo, algo que no dejo mostrar, pensando el que cualquiera de ellos podría atraparme y matarme en unos segundos.
 
 El distrito uno se sube a su carruaje, que se ponen en seguida en marcha. Me fijo en la chica, de rostro angelical y envidiable, yo parezco un soldado como el de la narración de Zafira. Ese distrito es responsable de fabricar articulos de lujo para el capitolio, supongo que por eso están cubiertos de purpurina dorada y ella lleva una tiara de diamantes mientras que él, un cinturón del mismo material. Distrito dos. Responsable de fabricar armas y alguna que otra maquinaria. Me dan escalofríos al ver como visten de auténticos guerreros con algo que solo pueden ser pistolas enormes colgadas de sus hombros, ¿serán de verdad?

 El distrito tres está asustado, pues veo que no saludan ni se relacionan como el público como los dos primeros. El cuatro también se encuentra en este rango extrovertido. Claro que sí, porque son los profesionales, los niños mimados del capitolio que ganan todos los años.

 Cinco y seis. Ambos callados, ambos sin saber que hacer. Como yo. Pues nuestro carruaje se pone en marcha y tengo miedo de caer. Por primera vez me fijo en el pequeño Joulley mientras los gritos de la gente llenan mis oídos. Su traje es fino y ligero, una gran hoja verde se ciñe a su bajito cuerpo. A él no le quieren ni pueden dar la fiereza, por lo que realzan su punto fuerte, su adorabilidad. Eso quizá le consiga patrocinadores, pero no le sirve de nada cara a cara con los tributos. Sin embargo, por el momento, si no gano yo, quiero que lo haga él. Aparto la mirada y veo al público, que grita mi... ¡NO! ¡NO! ¡Gritan Sky y no Skiley! Y creo que ya sé quien les ha metido ese estúpido apodo en la cabeza. Miro mis pies tratando de ignorarles. Ese no es mi nombre.

 Si la calle grande y recta estaba llena de gente, el círculo de la ciudad está aún más lleno. Estamos frente a la mansión del presidente Snow. Levanto la mirada para observarle bien. Para hacerme una buena imagen mental y poder asesinarle a gusto en mi cabeza. Desde luego, espero que algún día, lo haga alguien realmente. Sus palabras suenan por la ciudad, yo las oigo, pero no las escucho. No sé cuanto tiempo estoy evitándole. Pero el carro vuelve a moverse y casi me caigo, pues no me lo esperaba.

 Entramos y Dan viene directo.

 -Una actuación genial, Sky. Parecías tan madura ahí arriba...- comenta juguetón.

 -Vete a la mierda.

 -Oh, yo también te quiero. - sonríe con descaro y yo me lleno de rabia. - Buen trabajo, chaval. - dice a Joulley, con el que choca los cinco.

 Caminamos por el edificio mientras mentor y tributo masculino ríen y yo me quedo atrás. Completamente seria. Nos adentramos en el ascensor, en el que la estilista de Joulley, una mujer de uñas largas y peliagudas pulsa el número siete, no sé como lo hace, pues con esas uñas... Las puertas se abren y entramos en el que será nuestro hogar hasta que nos encierren en un estadio para que nos matemos.

domingo, 21 de octubre de 2012

Capítulo 6.

 La estación de tren del capitolio está a rebosar, jamás en mi vida había visto tanta multitud sin contar la cosecha, aunque se acerca a esta. La gente chilla como loca al ver nuestro tren deteniéndose frente a ellos. Yo los miro desde la ventana con gesto aburrido. Son completamente diferentes a la gente de los distritos, y no solo porque ellos no corran el peligro de morir encerrados en un estadio junto con otras veintitrés personas. Además, nosotros tenemos sentido del ridículo, cosa que estos no parecen tener. Son odiosos, aclamándonos, fingiendo que nos quieren, que somos su favoritos. Cuando estemos a las puertas de la muerte se reirán y lo disfrutarán como unos cretinos.

 Joulley los mira, pero no con la misma expresión que yo, veo en su mirada que teme lo que sabe que le va a pasar, sabe que toda esta gente no apostará por un niño flacucho de doce años. Lo único que se me ocurre es algo de lo que me arrepiento poco después. Le aprieto cariñosamente la mano, pero el remordimiento es instantáneo, ¿por qué lo he echo? Sólo puede quedar uno, y si quiero volver a casa viva, no he de hacer amigos. Pero éste niño es mi debilidad, éste niño me recuerda a la que fue mi mejor amiga, y a la que no volvió a casa. Y éste niño, puede correr la misma suerte que ella.

 Sin embargo, él me agarra con fuerza, no quiere que le suelte, y yo no lo hago. No hasta que nos separan y nos meten en un gran edificio. El edificio en el que nos ''Convertirán'' en personas.

 Nos escoltan hasta dentro y nos encierran a cada uno en una brillante sala blanca cegadora. No soy consciente de lo que va a pasar, hasta que tres coloridos y chillones capitoilenses, entran dando saltitos por la puerta.

 ''Camina por el mismo bosque, desorientado el segundo día de los juegos. Tiene hambre y no ha visto ni una sola presa desde que estos empezaron. Su alimentación pasa a consistir en corteza de árboles y algún pequeñísimo abuso de sus valiosas tiras de cecina. Su botella ya está medio vacía, y tampoco ha encontrado ninguna fuente de agua que no sea una pequeña llovizna de madrugada. Eso me hace encogerme hora tras hora en el sillón de la pequeña salita del orfanato. Es Gaby Weir, fuerte y apuesto. Algún patrocinador estará dispuesto a ayudarle. ¡Tienen que estarlo! Sin embargo el tiempo pasa sin que nada le caiga del cielo.

 Cuando llega la tarde, mi hermano se sube a un árbol para descansar, está completamente agotado, y hace ya un tiempo que se le agotó el agua. Escucha unos ruidos de unos arbustos, por lo que se queda muy quieto, en silencio, mientras que la manada de profesionales, ansiosos de sangre, caminan bajo sus pies.''

  Me ''trabajan'' como si fuese un trozo de carne que tienen que cocinar urgentemente, se deshacen de todo rastro de pelo de todas las zonas posibles del cuerpo. Parezco un pollo desplumado en cuanto acaban de hacerlo. Seguidamente, me llenan la piel de todo tipo de potingues y cremas extrañas que se llevan imperfecciones, restos de pelo y piel de por medio.

 -¿Qué hacemos con su pelo? - pregunta en un acento agudo y desagradable Tivara, cuyo cabello gris y rosa se agita cuando habla.

 Les dirijo una mirada envenenada y me agarro a mi trenza con fuerza. Danae me la hizo y, aunque en algún momento deba deshacerla, no quiero que sean estos tres... ''monstruos'' quienes lo hagan. Tivara no es la más extraña, a pesar de sus pestañas extremadamente largas. También está Caltazor, un hombre cuarentón - que intenta desesperadamente parecer joven - cuya piel azul reluce por todo su cuerpo, mostrando especial atención en su incipiente calva, tatuada con extraños dibujos negros; y Verdiana, de piel bronceada, pelo, ojos y labios de un color verde bosque bastante cautivador, lo que más sorprende de su ''arboleado'' aspecto, son sus menuditas orejas, que acaban en forma de punta. Si mi equipo de preparación es así, no quiero imaginarme como debe ser mi estilista.

 -Eso lo decidiré yo. - dice una voz serena, pero firme, que entra por la puerta. Dirijo mi mirada hacia ella.

 Es alta, y esbelta. Sin embargo, no parece haber modificado nada de su cuerpo quirúrgicamente, tal vez su pelo, pues llega de forma antinatural, voluminoso y rizado, hasta sus pantorrillas. Una vez, Danae me contó un cuento popular, de siglos de antigüedad, en el que una joven muchacha tenía el pelo largo y largo, que podía soltar por la ventana del torreón en el que su malvada madrastra la encerraba para que su príncipe azul trepase con ayuda de él, creo recordar que se llamaba ''Rapunzel''. El de esta mujer es de un negro oscuro, oscurísimo, un negro tan intenso como el carbón. Sus ojos brillan azulados como Zafiros, esas piedras azules con las que trabajan en el distrito uno, pues es el encargado de los artículos de lujo y de las joyas. También sorprenden sus labios, que son de un rojo tan intenso como la sangre, solo que algo más claro. Por lo demás, parece no haber alterado mucho más.

 -Buenos días, Zafira. - saluda Verdiana cuando esta pasa delante de los tres para examinarme. Es mi estilista, lo que sospechaba.

 -Skiley Weir. - dice mi nombre, mientras camina a mi alrededor, fijandose en cada uno de los detalles de mi cuerpo desnudo. roza la trenza con sus dedos. -¿Puedo? - me sorprende que me pida permiso, pudiéndo hacer lo que quiera conmigo. Yo asiento. Zafira me quita la goma y empieza a deshacerla con delicadeza. -Tiene un pelo precioso. Dejadme con ella.

 Mi equipo de preparación obedece y sale por la puerta a paso ligero. Ella me pasa una bata, que me pongo y abrocho y me pide que la siga. Eso hago. Me acompaña a una subsala, en la que me invita a sentarme en un sillón de terciopelo blanco.

 -Háblame de ti. - dice con interés. Puedo escuchar bien que su acento no es tan agudo como el del resto de personas del capitolio. -¿Vienes para luchar o te has rendido ya? - su pregunta me pilla por sorpresa, pues lo que un estilista debería preguntar es que aspecto quiere que me de.

 -Debo luchar. - contesto en voz seria.- Sin embargo... - me detengo.

 -Sin embargo, ¿qué?

 -No creo que gane, tengo muy pocas posibilidades.

 -No digas eso. La venganza es algo que te da ventaja. Te vuelve más fiera. Creéme que eso te dará fuerzas.- eso me asusta. ¿Cómo sabe ella...?

 -¿Venganza? - pregunto con inocencia, inténtando disimular.

 -Sé quién eres, Weir. - me llama por mi apellido. - Y lo noto en tu mirada. Tu hermano luchó hasta el final. Y eso bien lo sé yo.

 -¿Qué?

 -Fui su estilista al igual que soy la tuya. Cuando te vi en la cosecha, realmente me sentí mal. -suspiro, me sienta fatal hablar de Gaby. Me recuerda que ya no está aquí, y lo mucho que lo echo de menos. Tras una larga pausa prosigue. - Ya sé que voy a hacer contigo.

 -Siempre somos árboles o lechos de hojas. - aunque a mi hermano le sentó bastante bien lo que fuese que le hubiese echo esta mujer.

 -Este año no, Skiley. Este año vas a ser la chica de madera, ¿sabes que hace la madera?

 -¿Arde con facilidad? - pregunto dudosa. Ella niega con la cabeza.

 -La madera componen los mangos de muchas armas. Y tú, dulce Skiley, eres un arma que busca venganza.

viernes, 12 de octubre de 2012

Capítulo 5.

 Os prometí que publicaría pronto y lo he incumplido... Lo siento ;__;. Pero aquí lo tenéis recién hecho :3 Recordad, que busco colaboradores para el blog. Qué lo disfrutéis ;)

 Definitivamente, el lujo aquí está sobrado. Nuestro tren se compone del vagón común, del vagón comedor que dirige a la cocina donde preparan todo lo que les pidamos y nuestros compartimentos, donde me encuentro yo ahora, sentada en mi cama rendida ante el gigante vestidor. La cena es en media hora, Rossie vendrá a recogerme para entonces. Debo cambiarme de ropa, quiero ponerme algo cómodo pero las prendas son... demasiado diferentes a mí. Me decanto por unas mallas negras y una camiseta blanca, no me gusta, pero es lo más ''decente'' y menos estrafalario. La acompañante llama a mi puerta. Salgo y camino tras ella al vagón comedor.

 Mi compañero y Dan hablan animadamente, suelto un bufido y me siento frente a ellos. Dan no parece decidido a cansarse de fastidiar. Me mira de arriba a abajo y sonríe con descaro. Doy un pisotón en el suelo.

 -¿Es que no te vas a cansar nunca? - le pregunto borde.

 -¿De qué? - pregunta. La situación le divierte.

 Aparto mi plato.

 -Cenaré en mi compartimento. - digo. No quiero estar al lado de este chico. Es mi mentor, él supone la diferencia entre la vida y la muerte, pero es agobiante estar junto a él. Me levanto y estoy a punto de irme pero Dan me detiene.

 -Tú sabrás, pequeña. Pero considera que soy el único que puede ayudarte a volver a casa.

 -Que te den. -es lo único que digo, y camino a mi cuarto.


 ''El bosque es grande y laberíntico. Mi hermano da vueltas en círculo, incapaz de orientarse por ese lugar. Repasa sus provisiones. Tiene una botella de agua que por suerte está llena, unas tiras de cecina y  una cuerda, además de un machete que consiguió coger en la cornucopia. Bebe un par de tragos y se sube a un árbol para pasar la noche. Suena el himno y el cielo empieza a reflejar los rostros de los que han caído este primer día. Los dos del tres son los primeros en aparacer; les acompañan los dos del cuatro, lo que me sorprende, pues los profesionales no suelen morir en el primer día, el chico del seis, Evelynn..., los dos del ocho y el nueve,  la chica del diez y los dos del once y el doce. El sello del capitolio aparece y el cielo queda oscuro. Aquella noche mueren dos tributos más, provenientes del distrito cinco y empiezo a entender que esta arena será rápida y fugaz. Ya han muerto diecisiete tributos. Quedan tan solo siete.

 Yo no pude dormir. Aquella escena de Evelynn junto al montón de mantas me ha marcado por completo todos estos años. La de ella y la de él, y es que perder a las dos personas más importantes de tu vida es un golpe fuerte y duro. Un golpe imborrable.''


 Despierto en un lugar que me cuesta reconocer, pero que al fin y al cabo, llego a la respuesta. Estoy en el tren que me lleva cara a cara con la muerte, que me lleva a aquel lugar que yo y todo chico jóven de Panem -excepto del Capitolio, claro está - teme. Las tripas me rugen con furia, ayer me acosté sin cenar, se me pasó por completo comer algo furiosa como estaba. Me levanto de la cama, como ya estoy vestida, me peino algo con los dedos y me lavo la cara. Salgo y camino al vagón comedor.

 Soy la primera, lo que me hace suspirar de alivio, me viene bien estar sola. Me sirvo yo misma el desayuno hasta que la soledad dura poco. Es Joulley, el chico de doce años. Me mira expectante y deja que un avox le sirva el suyo. Comemos uno frente a otro en silencio, ninguno siente ganas de hablar. No puedo evitar pensar en que tiene más posibilidades que yo en los juegos, pues probablemente Dan le elija a él y no a mí. Suspiro y entonces él murmura las primeras palabras que le oigo decir.

 -¿Por qué odias a Dan? - pregunta en tono inocente. Yo me contengo para no gruñir.

 -Porque él me odia a mí.

 -Es mentira, Skiley. -sabe mi nombre, es un detalle supongo. -No te odia.

 Suspiro y prefiero no contestar.

 -Es nuestro mentor, quiere lo mejor para nosotros. -continua diciendo. - Intentará ayudarnos fuera de la arena...

 -Joulley. - le interrumpo. - No.

 Él baja la cabeza con aire de tristeza y sigue desayunando. Me hace sentir culpable. Mucho. Pero no puedo seguir oyéndo mentiras. Poco después de terminar de desayunar el tren se para a repostar. Aprovecho para abrir la ventana y tomar el aire. En unas cuantas horas habremos llegado a el capitolio.

lunes, 1 de octubre de 2012

Capítulo 4.

 Antes de nada, deciros que cada día hay más lectores y os lo agradezco. Porque sé que cuesta seguir una historia día a día por si os aburren algunas cosas y eso. Pero os aseguro que se volverá cada vez más entretenido. Por otro lado, busco una colaborador/a o colaboradoras/res para el blog, para que pongan noticias, videos, fan-arts... lo que quieran. Simplemente que se pongan en contacto conmigo por tuenti o por un comentario. (Mi tuenti, por si alguien no lo sabe, es Johanna Mason Tribute.) Sin más demora, os dejo con el capítulo 4.

 El oxígeno empieza a faltar, yo comienzo a marearme, y no me caigo de bruces al suelo de milagro. Es como un Deja-vú. A quien veo en la pantalla, caminando hacia el escenario con rostro asustado, es a Gaby y no a mí. Uno, dos, tres, cuatro escalones.

 La mujer capitoilense hace gestos exagerados, sonríe forzosamente y me pasa sus largos brazos rosados por los hombros. No oigo sus palabras, no oigo nada. Ella coge la segunda papeleta, la de los chicos, y dice un nombre que yo no llego a oír. A medida que recupero mis sentidos, descubro que Dan me mira. Sé lo que está pensando, en que se ha convertido en el mentor de esa chica a la que tanto le gusta fastidiar.  Mientras, el tributo masculino, sube al escenario y puedo verle mejor. Es un niño de doce años. Su pelo rizado, esos ojos oscuros y temerosos... me recuerda demasiado a Evelynn cuando la eligieron como tributo. Recordarla me provoca un nudo en la garganta.

 Rossie se despide de su ''querido'' público y nos arrastra literalmente al interior del edificio de justicia. Me encierran en una habitación en la que nos despediremos de nuestros seres queridos. Me da igual todo, sé que la única que va a venir y necesito que venga, es Danae. Y aparece, con el rostro totalmente quebrado. Me abraza. La abrazo yo a ella.

 -Tienes que ganar. No pienses en el pasado, Skiley. - contesta. No hace falta que diga a qué se refiere. Gaby.

 -Es difícil... - murmuro en tono débil.

 -Sé que lo es, pequeña. Pero tú eres fuerte. Desde hace dos años tienes una fuerza descomunal. Eres tan rápida como lo era tu hermano. - eso me hace humedecer los ojos. -Shh... - comienza a secarme las lágrimas que ruedan por mi mejilla. - No llores, no les des esa satisfación.

 Asiento, pero tardo cinco minutos en calmarme. Y se acaba el tiempo. Demasiado pronto, siempre, todo, es demasiado pronto. El agente se la va a llevar. Ella me da un beso en la frente y comienza a salir. Antes de que la puerta se cierre, dice algo con los labios sin usar la voz. Lo pillo a la primera. Es una simple y sencilla palabra, es una orden, no hace falta que me pongan una pistola en la cabeza para cumplirla. Y la palabra que Danae me ha dicho, es ''Véngale''.

 El tiempo que me queda, me lo paso acurrucada en el sillón de terciopelo que hay en la sala. Acariciando la tela una y otra vez. Sé que no vendrá nadie más. Y llevo razón, claro.

 Antes de que nos vayan a llevar a la estación me retoco el pelo y la cara, no quiero que nadie sepa que he estado llorando, no pueden saberlo. Me tacharían de débil, me convertiría en una presa fácil para los distritos profesionales.

 Me escoltan hacia la entrada, donde hay un coche esperando. Nunca he visto un coche, solo algún camión que se lleva la leña hacia los trenes de mercancías. Me monto al lado del niño, Rossie está en el otro extremo y Dan en el asiento del copiloto. Ella no para de hablar y charlotear como una loca. Resoplo con aire resignado y llegamos a la estación. Todo está lleno de reporteros y cámaras que quieren reflejar mis emociones, pero no dejo que las encuentren. Me mantengo seria y camino al tren.

 Su interior me deja completamente alucinada. Es grande y espacioso, lleno completamente de lujos y comida. Miro todo realmente fascinada. Es increíble. Nos sentamos en unos sillones con la misma tela de terciopelo que la del sillón del edificio de justicia y miro por la ventana. Dan se sienta frente a mí, mirando expectante, como si esperase a algo. Le ignoro y echo una última mirada a mi hogar. A sus aires, sus recuerdos. La primera vez que abracé a Evelynn, cuando correteaba con Gaby jugando al pilla pilla. Esos días de tormenta en los que Danae se dedicaba a peinar mi cabello. Me llevo lo mejor de cada uno de ellos, a pesar de que dos ya no estén aquí. Y también me llevo otra cosa. Una palabra que retumba en mi cabeza. ''Véngale.''

jueves, 20 de septiembre de 2012

Capítulo 3.

~Hace 24 horas.~

Me despierto sudorosa antes de que suene el gong, otra vez. Todas las noches igual, siempre soñando con los juegos de Gaby. Ya estoy acostumbrada, aún así es todo tan nítido que duele, y mis lágrimas salen por sí solas. Me siento en la cama y me quito el pelo pegado a la cara, me ha crecido mucho en los últimos años, cae liso sobre mi espalda, revuelto. Mi mirada recorre la habitación, por la luz que se cuela en la persiana, debe de estar amaneciendo en estos momentos. Mary sigue durmiendo, con leves ronquidos, tranquilamente. Vislumbro un trozo de papel en el suelo, deben de haberlo pasado bajo la puerta. Suspiro y me levanto a cogerlo.

 ''¿De qué color es tu ropa interior hoy? D.''

 -Agh. - gruño no demasiado alto. Desde aquella jugarreta en la que me empapó y se vió mi sujetador azul no para de incordiarme. Es asqueroso. Despreciable. Inmaduro. Arrugo con fuerza la nota y la lanzo a la papelera encestando.

 Tras ducharme, vestirme y peinarme, viene Danae a despertarnos, pues es otro día más en el orfanato. Me mira de una forma un tanto especial, sabes que mañana es mi día malo. Suspiro devolviéndole la mirada agradecida, es la única persona que puede ayudarme.

 El día transcurre lento y aburrido, tomo mi comida en una mesa sola, pues quién no se relaciona con Dan Lewis no es ''guay''. Justo es él quien se acerca y se pone frente a mí.

 -¿Cómo estás, Sky?- me pregunta con tono vacilón. No soporto que me llame así.

 -Es Skiley, y no te importa.

 -Lo digo en serio, Sky. - dice sonriéndo, esto le divierte. - Me pregunto como será tu rop...

 -¡Cállate! - chillo interrumpiéndole, los demás me miran, pero yo me he contenido demasiado. Cojo mi vaso de agua y le empapo. Me levanto y me voy de mal humor.


~Actualidad.~

 ''Tras sonar el gong, anunciante de que empiezan los décimo octavos juegos del hambre, los tributos salen disparados a la cornucopia, algunos prefieren evitar el baño de sangre y se van con las manos vacías. Yo sólo tengo ojos para Gaby y Evelynn. Es a esta última, a mi mejor amiga, a la que una chica de pelo rojizo, proveniente del distrito dos, la arrincona entre unas cuantas mantas, que acaban manchadas de sangre. Chillo con agonía, Evelynn... sólo tenía doce años... Las lágrimas brotan con rapidez y me abrazo a Danae temblando de miedo. Mi mejor amiga ha muerto.

 Por suerte, mi hermano no corre la misma mala suerte, se hace con un machete y una mochila antes de que un profesional, creo que el chico del cuatro, note su presencia, el chico de pelo cobrizo está armado con un tridente. Me muerdo el labio hasta sangrar, viéndo la herida profunda en el brazo de Gaby, pero este ha conseguido deshacerse del profesional y huir por un bosque de pinos que hay hacia el oeste. La sangre sigue manando de su hombro.

 Suenan quince cañonazos ese primer día. Después, todo es silencio.''

  Despierto. Intentando respirar, pero me quedo así cuatro minutos, agonizando, tratando de tomar aire, pero no lo consigo. Me doy golpes tontos en el pecho, cuando recupero mis pulmones, echo a llorar. Por Evelynn, por Gaby, por todo. Porque hace cuatro años, se llevaron a mi hermano para siempre. Es el día de la cosecha.

 Ya dejé atrás aquel vestido blanco que me puse en mi primera cosecha, hoy llevo uno violáceo, con mucho velo y largo, lo complemento con una trenza que hace Danae con sus arrugadas manos. Solo hoy me doy cuenta de que ya no es esa mujer cuarentona que me ayudó a mis diez años, ahora tiene casi cincuenta y su pelo canoso llega hasta encima de sus hombros, es de las pocas personas regordetas en el distrito y ya se ve algo de vejez en su rostro. Ella me acompaña a la plaza, pues no quiero ir con nadie más del orfanato. Me registro y ocupo mi lugar.

 Han cambiado a la mujer, ahora es una mujer de piel estampada con flores, totalmente ridícula. Pero se limita a hacer la misma cosecha de todos los años. Por otro lado, el alcalde ocupa su silla y a su lado está Dan, pues será el mentor este año.

 Cuando llega el momento, Rossie, pues así se llama la acompañante, saca una papeleta de la urna y se acerca al podio a leer:

 -Skiley Weir.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Capítulo 2.

 ''Y mi respiración se corto, mi vista se volvió oscura y caí de bruces al suelo. Cuando desperté, él ya se había ido al capitolio, lejos, muy lejos, sin habernos podido despedir. Me hundí en la miseria. Gaby, ¿volvería a casa conmigo?''

 ~Hace 3 años.~

 Maldito sea. Lo odio. Dan Lewis, vencedor de los Décimo Novenos juegos del hambre y nuevo alumno en el orfanato del distrito 7. Se rumorea que su numerito en la arena - quemar una porción de bosque para cargarse una manada de mutos - le había costado la vida a sus padres. Al principio estaba afectado, e incluso me sentía bastante mal por él, pero luego cambió, cambió para ser el descarado y prepotente Dan. No solo es un creído, además es un inmaduro que ha de meterse conmigo para sentirse mejor.

 -Venga, no seas aguafiestas. - dice en tono descarado y siguiéndome. Como respuesta le cierro la puerta en las narices.

 Me quito la ropa empapada y me pongo el camisón, no pienso ir a cenar, no pienso moverme de aquí. Me muerdo el interior de mis mejillas con fuerza, haciendome sangre y desahogando mi rabia. Pero eso no basta. <<No llores - me digo a mí misma.- No merece la pena.>> Pero es demasiado tarde. Lloro con furia, con rabia, muerdo mi almohada y la pego con todas mis fuerzas. Humillada y avergonzada, al poco se abre mi puerta. No da tiempo a esconder mi rostro, mi compañera de habitación, Mary, entra con una sonrisa.

 -¿Qué te pasa? - me pregunta intentando no sonreír, pero no lo consigue, lo que me hace enfadarme más.

 -¿¡Acaso no lo sabes!? - exploto furiosa. -¿¡Es que no has visto lo que ha echo ese imbécil!?

 -Pero no es para tanto, solo te ha mojado un poquito, una broma sin importancia. - dice en tono inocente. -¿Pero Dan.... no te parece increíble?

 -Oh, claro... ¡Increíblemente idiota! - chillo malhumorada y le doy la espalda, cansada de tonterías. Me pregunto que le ven todas las chicas del orfanato. No tiene ningún sentido. Paso el resto de la tarde hecha un ovillo en mi cama, intentando no dormir, ya que, siempre que lo hago, las pesadillas acuden a mi mente a la velocidad de la luz. Ya no sueño con mi padre, pero sí con lo sucedido hace un año, sí sueño con los juegos de Gaby, sí sueño con su muerte, y con la de Evelynn, sueño con que algún día pueda correr la misma suerte. Mis párpados se cierran sin que pueda evitarlo.

 ''Su rostro se refleja en el viejo televisor lleno de polvo del salón del orfanato. Ha cambiado, le han quitado algunas imperfecciones de su cara, a pesar de que para mí siempre ha sido guapo, pese a las cicatrices de las palizas diarias de nuestro padre. Ahora tiene el pelo corto e iluminado, las cejas menos peludas, y no tiene esos cuatro pelos que le habían salido en su barbilla. Se muestra sonriente, pero soy la única en este mundo que puede descifrar sus verdaderas emociones. Caesar Flickerman, de pelo violeta y pestañas y cejas del mismo color, se sienta presentando a los tributos uno por uno y entrevistándolos. Mi hermano se muestra simpático y optimista, con el deseo de ganar.

 -¿Hay alguna razón por la que quieras luchar y ganar estos juegos? - le pregunta.

 Él, sin duda alguna en su respuesta lo dice.

 -Mi hermana. Tengo que volver con ella.

 -Oh, lo entendemos. - el público ovaciona con gesto afirmativo.

 -Háblanos de ese siete en el entrenamiento. ¿Te esperabas más nota? Porque siete es bastante increíble. - sonríe.

 -Se supone que no puedo decir nada. - se sonroja y sonrío, pues conociéndolo como lo conozco sé que se las habrá apañado con los machetes con los que trabajamos aquí en casa, nuestro punto fuerte también es la escalada, y sabemos sobrevivir en el bosque con tan solo madera. Empezamos a ir a los bosques a los catorce años, él solo ha ido unos meses, pero le han bastado para saber apañárselas, además es fuerte y rápido.

 -Entiendo, aunque nos morimos por saber que has hecho ante los vigilantes. - se ríe de forma exagerada, al menos en mi opinión. -¿Qué es lo que más te ha sorprendido desde tu llegada al capitolio?

- Todo es... extraño. Hay mucho color. - la gente se ríe ante su respuesta, yo no le veo la gracia, parecen caramelos con patas. - Yo... Nunca había visto tanto lujo, la comida es exquisita. 

 -Oh, y que lo digas, Gaby. - dice asintiendo. Es entonces cuando suena el zumbido. Demasiado pronto, esto acaba demasiado pronto. -Ha sido un placer entrevistarte, te deseo toda la suerte del mundo, Gaby. ¡Un fuerte aplauso para el tributo masculino del distrito siete! - y mi hermano baja del escenario. La próxima vez que lo vea, estará en los décimo octavos juegos del hambre.''

lunes, 10 de septiembre de 2012

Capítulo 1.

 ~Hace cuatro años.~

 Despierto justo antes de que mi padre pueda pegarme un puñetazo. Un sudor frío recorre mi frente, mi nuca y mi espalda. El vello de mis brazos está erizado. Y mi corazón late frenético, intentando recuperarse de mi pesadilla. Me levanto de un salto y voy corriendo al baño del final del pasillo, abro el grifo de agua fría y me empapo la cara. ''Tranquila Skiley -pienso. - Él no va a volver.''

 Y no lo hará. Hace tres meses, un vecino de nuestra misma calle, fue a un agente de la paz, alarmado por los gritos que provenían de nuestra casa. Encontró a Gaby de rodillas, mi padre le apuntaba con una escopeta, arma que había adquerido hacía algún tiempo atrás, robándola. Yo lloraba en una esquina. Lo ejecutaron por ello. No derramé ni una lágrima por su muerte. Después de eso nos trasladaron aquí, al orfanato del distrito siete que, aunque sea bastante malo, es mucho mejor que mi anterior y desgraciada vida.

 Me seco la cara y suspiro, volviendo a recorrer el pasillo hacia mi cuarto. Evelynn, mi compañera de habitación y mi amiga, ronca levemente. Hoy nadie viene a despertarnos, ni lo harán, porque es el día de la cosecha. Es mi primer año en ese maldito sorteo de los nombres, y tengo miedo, a pesar de que no me he visto en la necesidad de coger teselas a cambio de que mi nombre entrase más veces, en cambio, mi hermano Gaby, desde los doce años estuvo bajo la presión de nuestro padre, que no aguantaba pasar hambre aunque pudiesemos vivir bien por aquel entonces. El resultado de ese sorteo es sencillo, pero duro. Los dos elegidos de cada distrito, chica y chico, son llevados a un estadio en el que luchan entre ellos hasta quedar solo uno, que es recompensado con una vida fácil y llena de riqueza. Todo esto lo organiza la ciudad que gobierna todo Panem, El Capitolio.

 Retiro estos pensamientos de mi cabeza mientras abro mi armario, pues ya me resultará imposible dormir, busco ropa decente, pues en un día así no se puede llevar cualquier cosa. Un vestido blanco con volantes. Cojo la vestimenta y vuelvo al aseo, donde me doy una gran ducha y lavo mi pelo en profundidad. Salgo cuando ya han comenzado a despertarse, en el orfanato nos separan por sexo en dos edificios y el nuestro es algo más grande debido a que somos más chicas que chicos, solo coincidimos en las clases y comedores. Saludo amablemente y me visto. Envuelvo mi pelo en una toalla y camino a las habitaciones de las profesoras, buscando a Danae, Danae es una de las personas más importantes a parte de Gaby, ella es como una madre para mí. La encuentro saliendo por la puerta de su habitación. Me sonríe amablemente y pone sus manos sobre mis hombros.

 -¿Estás preparada, cielo? - me pregunta con amabilidad.

 -No. - contesto sinceramente.

 -Oh, lo entiendo. - dice. - Debe de ser duro. Pero no te preocupes, las posibilidades de que salgas son una entre miles. - sus palabras deberían tranquilizarme, pero no lo hacen. - Te voy a arreglar el pelo. - dice quitándome la toalla y abriendo de nuevo la puerta de su cuarto. Entramos y ella me hace sentarme encima de su cama. Coge un cepillo de su tocador y comienza a peinar mi cabello. Cuando ha terminado, dos finas trenzas viajan por mi frente mientras el resto del pelo cae sobre mis hombros. La abrazo agradecida y voy en busca de Gaby, bajamos a desayunar sin pronunciar palabra, pues los dos estamos asustados y preocupados el uno por el otro, al igual que todos en este día.

Comemos lentamente, la comida se me hace bolas y pienso que estoy masticando goma. Cuando acabamos, salimos junto a otros chicos a las calles del distrito, en dirección a la plaza, donde será la cosecha. Voy cogida de su mano todo el camino, hasta que nos separan y, tras fichar en los registros, nos colocan por sexo y edades. Miro a sus ojos castaños todo el tiempo, pues logran tranquilizarme y pensar: ''Una entre miles.'' Pienso en él, a sus catorce años, tiene dieciséis veces su nombre en esa dichosa urna. Me fijo en el gran escenario, situado justo delante del edificio de justicia. Sobre él, un podio y las dos semiesferas de cristal, la de los chicos y la de las chicas. Al fondo, el alcalde, el mentor, y la acompañante, charlan animadamente. Ésta última mira su reloj de joyas y con una sonrisa felina, y nunca mejor dicho, pues parece un gato, va hacia el podio dando saltitos.

 -¡Bienvenidos! - canturrea en voz aguda. - Ha llegado el día en el que elegiremos a dos tributos del maravilloso distrito siete. - sus falsos halagos son demasiado obvios. - Para que tengan el honor de participar en los décimo octavos juegos del hambre. - hace una pausa y prosigue. - Ahora queremos mostraros una grabación traída desde el capitolio, ''El origen de los juegos.''

 Hago caso omiso y me centro en mi hermano. Debemos de ser fuertes. El video acaba y la mujer dice la típica frase de todos los años: ''Felices juegos del hambre y que la suerte esté siempre de vuestra parte.''' Luego sonríe, pero nadie más lo hace.

 -Las damas primero. - dice con su estúpido acento del Capitolio. Y así hace, camina a la urna y regresa al podio con una papeleta. Cierro mis puños con fuerza y miro a las chicas de mi alrededor, una de nosotras va a enfrentarse cara a cara a la muerte. La acompañante gatuna abre el papel y se situa frente al micrófono para leer claramente: - Evelynn Hook.

 Mi mejor amiga empalidece a tres chicas a mi derecha, yo también. Abrimos un pasillo, pero yo retrocedo un mini paso tan solo, cuando Evelynn está junto a mí, estrecho su mano, mostrándole lo mucho que la aprecio. Sube lentamente y yo sigo en este estado de shock en el que me encuentro. La mujer pide un aplauso que nadie da y va hacia la urna de los chicos.

 Evelynn da vueltas en mi cabeza de tal forma que yo no me doy cuenta de que, la mujer-gato, dice el nombre de mi hermano.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Introducción.


~Hace seis años y unos meses.~

Lo único que recuerdo es a mi padre chillar como un loco, levantando la mano que iba a mi mejilla, pero que acabó en la de Gaby, que se había puesto delante de mí. Apartó a mi hermano de un empujón y me tiró al suelo, donde me daba unos bofetones tan fuertes, que lloraba de dolor. Mi hermano le cogió de los hombros, apartándolo de mí, pero él se avalanzó sobre Gaby, estampándole sus puños en la cara.

 Yo no podía hacer nada para evitarlo y pasó mucho tiempo hasta que ese monstruo que era mi padre se cansó de golpear. Para entonces, mi hermano tenía el rostro amoratado e hinchado. Caí de rodillas ante él, sorbiéndome la nariz y secándome la cara, que aún dolía, y sangraba, aunque no tanto como la de él. Cogí el pequeño botiquín de casa, cuyo contenido no era demasiado útil. Me mordí los labios y le puse un trapo en la boca, para verter alcohol en su cara.

 Chillaba y chillaba, mordiendo la tela con todas sus fuerzas; le limpié el rostro bajo el grifo de la cocina y pude ver mejor dónde los golpes habían dejado huellas imborrables. Él me abrazó y me susurró una frase que yo me repetiría a partir de entonces, todos los días de mi vida:

 ''Skiley, no te dejes romper.''